Al expresidente Turbay Ayala, el mismo del Estatuto de Seguridad y sus caballerizas, el de la toma de la Embajada y, según sus propias palabras, el único preso político que tuvo el país durante su mandato; se le atribuye una frase que enmarcó y lamentablemente aún enmarca lo que para muchos representa el diario vivir nacional, y que no es otra que la famosa máxima de “reducir la corrupción a sus justas proporciones”.

Aunque su familia asegura que la frase fue sacada de contexto, lo cierto es que la misma refleja el fracaso mayúsculo institucional y social que no hemos querido reconocer ni en este ni en tantos otros intentos por reivindicar lo éticamente correcto tanto en el servicio público como en el convivir ciudadano. Fallida o ni siquiera intentado eliminarla, toca conformarse con reducir esa corrupción a unos límites tolerables, a esa suerte de “roban, pero hacen” con la que se pretende defender, como si no fuera su obligación, lo mínimo maquillado de alguna gestión pública. De hecho, ese del “roban, pero hacen” es el primero de los argumentos permisivos y cómplices con que se aceptan turbiedades o grises en las hojas de vida de quienes aspiran a llegar o volver a cargos de elección popular. Tan pobre concepto tenemos de lo público y de nosotros mismos como nación que la vara para medir actitudes y aptitudes la ubicamos muy, pero muy cerca, del suelo. Se confunde éxito con figuración, espontaneidad con improvisación, debate con gritería, verdad con versión y argumentación con activismo. En ese mar confuso se anquilosan las posturas mesiánicas como salvadoras, y mejor si no se les discute. O se está o no se está. De lo único de lo que no se puede dudar es de que ellos tienen razón.

Y de ahí para abajo todos hemos sido alguna vez culpables por acción u omisión al aceptar pasiva y algunas veces convenientemente a la corrupción como vecina. Hicimos parte del decorado las coimas, el soborno, la planilla firmada, la teja por el voto, la llamada al amigo para que colabore, culpar al y lo distinto, pasarnos o adelantarnos cómo no corresponde en la fila, o meter un dulce de más en la bolsa. El “haga plata mijito” que la cultura traqueta impuso como moda se enquistó profundamente en la psique maltrecha de un país con pasado doloroso, presente agotador y futuro incierto.

Claro quedó que a la actual generación no le importó ni le importa de a mucho cambiar esto. Sin el concurso decidido, activo y comprometido de los jóvenes de hoy se seguirá ensanchando el nivel de la “justa proporción” de la corrupción. Se necesita entender de una buena vez y para siempre que no hay proporción o reducción aceptable distinta a llevar a cero la corrupción permisible, que coexistir con ella mirando para otro lado nos hace parte del problema, y que nada se saca con negar lo que sabemos innegable. A ver si llamamos a las cosas como son.

Pd: ¿Cuándo sale el video con las respuestas pendientes sobre el Megatanque o Campo Alegre?

@alfredosabbagh