Así definió al periodismo el recientemente fallecido Germán Castro Caycedo, maestro absoluto del reportaje y la crónica, autor de numerosos libros sobre la historia colombiana basados en investigaciones periodísticas de profundo rigor. La frase, pronunciada ante cámaras en un especial televisivo hace ya sus buenos años, trasciende de lo corta para suscitar, antes y ahora, reflexiones inacabadas sobre un oficio comprometido, inefablemente necesario y lamentablemente peligroso.

Empecemos por el final: Si entendemos que a cada segundo están sucediendo muchas cosas, ¿Cómo definir qué de todo eso que pasa es lo suficientemente importante y relevante como para contarlo? ¿Cómo se fijan rangos de importancia para calificar lo que sucede? La lógica llama a suponer que esos rangos van ligados a alcance, trascendencia, afectación y consecuencias del hecho sucedido; a lo que se suman criterios de proximidad y pertinencia ligados con el público objetivo del relato que se produce sobre el hecho. A estas consideraciones mucho del periodismo actual le suma otras producto de las relaciones demasiado cercanas con el poder político y económico (incluyendo la subordinación de la propiedad del medio) que derivan en que la importancia de lo que sucede venga dada por la conveniencia de hacer importante eso que sucede. Este es el principio de la llamada “Agenda Setting” que desde hace casi medio siglo se estudia por parte de analistas y académicos en todo el mundo. Buena parte de lo que sucede, entonces, se vuelve susceptible de ser contado en la medida en que obedece a los criterios e intereses de medios cada vez más dependientes del poder. No se cuenta todo, ni todo lo que se cuenta importa.

Y ya que hablamos de contar, el mismo Castro Caycedo repitió varias veces y de distintas maneras que la objetividad periodística es una utopía cuando no una falacia. Contar un hecho, hacer de un acontecimiento un relato, implica la toma de decisiones por parte de quien relata; decisiones que se basan en su propia manera de ver y entender ese hecho. Sobre un mismo atardecer se pueden escribir mil historias, mil poemas, pintar mil cuadros o tomar mil fotos. Se podrán parecer, pero cada una tendrá sus rasgos particulares producto de la mirada y la sensibilidad para contar de quien escribe, pinta u obtura. La subjetividad está, pero la misma no es patente de corso para olvidar el equilibrio, la transparencia, la comprobación de los datos, el respeto por la fuente y el uso adecuado de los códigos del lenguaje en que se basa el relato. En resumen, raro es que algo se cuente igual. Si nos ponemos más radicales, nada se cuenta igual.

No se cuenta todo, no todo lo que se cuenta importa, nada se cuenta igual. Estas tres consideraciones ya casi de Perogrullo se nos olvidan con mucha frecuencia. Como sociedad tenemos el deber de dudar y de no conformarnos con una sola mirada y un solo cuento. Que cueste trabajo el convencer.

De paso, bueno sería volver a leer los libros de Castro Caycedo.

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@alfredosabbagh