Con beneplácito se recibió el esperado anuncio del Banco de la República sobre el proyecto de intervención (mejor decir reconstrucción) del Teatro Amira de la Rosa. Mejor aún cayó la intención del Banco de escuchar a distintas voces interesadas y autorizadas en grupos focales, donde aparte de la infraestructura se conversa sobre la apropiación, gestión y desarrollo cultural en una ciudad que bien lo necesita. Con algo de pudor me permito esbozar algunas ideas que espero puedan contribuir:

En línea con viejos anhelos de los gestores locales, es fundamental trabajar en red con agendas complementarias e incluyentes que eviten traslapar eventos y esfuerzos. Un calendario de oferta cultural unificado permitiría una mejor difusión, un manejo más racional de los recursos y espacios físicos disponibles, y un diálogo más productivo con las entidades estatales y empresas privadas interesadas en vincularse como auspiciantes o inversionistas. Llegar por separado a tocar las mismas puertas termina por aburrir al que las abre. Mejor llegar con una agenda robusta, coherente, que se complemente en su intención general y se diferencie en su oferta interna particular.

Y con lo anterior, es necesario seguir trabajando con la empresa privada para que el mecenazgo con que muchas veces se atiende al sector cultural pase a ser una relación entre socios alrededor de inversiones capaces de generar tanto réditos sociales como económicos. Sobre esto podría incluso sugerirse al poder ejecutivo municipal y departamental si cabrían algunos estímulos tributarios a las empresas aportantes en este tipo de proyectos, tal y como ocurre en otras latitudes.

El indispensable componente de formación de públicos debería igualmente entenderse como parte de un todo articulado y no como un esfuerzo individual. Con reflexiones sobre el quehacer cultural y artístico hay que llegar no solo a universidades y escuelas de arte, donde la aparente comodidad de un público cautivo favorece indicadores cuantitativos de alcance que no necesariamente coinciden con los cualitativos; sino también a públicos más heterogéneos. Ello implica evitar cierto tufillo sacralizador en la difusión de las propuestas. La hermosa definición de cultura que se puede leer en la Ley 397 habla de entenderla como un conjunto de rasgos distintivos que van más allá de las artes y las letras; y comprende modos de vida, tradiciones y creencias.

Y ya que la excusa es el Amira, la reconstrucción del mismo implicará todo el rigor y detalle técnico que posibilite su uso posterior como sede de eventos de altos estándares de producción: foso, tramoya, luces, sonido, camerinos, bodegaje, acceso, conectividad y un aforo acorde. Lo que había, digámoslo sin pena, funcionaba más por el cariño que se le ponía que por sus reales posibilidades. Si ya estamos en éstas, y tomando el hashtag del mismo Banco, que el Caimán de Obregón se quede en un buen sitio.

Tema inacabado al que seguro se volverá.

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@alfredosabbagh