Me gusta mucho el recurso tan típico en política de afirmar que una determinada cosa no es importante. Por ejemplo, saltan a los medios sospechas acerca de la legitimidad de la Tesis Doctoral del Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, y se comienza a destacar desde el Gobierno, la prensa afín y el propio afectado que ese tema, comparado con materias tales como la economía, la seguridad, las infraestructuras o, vaya usted a saber, la cría del marrano, no es tan importante.
Los políticos, cuando se les coge en un renuncio tipo corrupción o, en este caso, supuesta falsedad en sus estudios de posgrado, suelen acudir a este lugar común: la falta de importancia. ¿Qué importancia puede tener, comparado con el metro de la capital, que su alcalde exagerara un tanto su hoja de vida? ¿Qué relevancia tiene, comparado con el flagelo de la desigualdad, que su antecesor cometiera idéntico pecadillo? Ninguna, se nos dice. Ese tipo de cosas no son importantes, porque las cosas importantes son otras. ¿Cuáles? Las que ellos nos indican.
Sin embargo, en ocasiones las cosas que no son importantes pueden resultar tanto o más que las que sí lo son. Les pondré un ejemplo. Imaginen que ustedes son una hacendosa esposa que lleva casada con su marido quince años y que en este momento le espera en casa con la mesa primorosamente dispuesta con platos, vasos, cubiertos y en el centro un bol de ensalada de patata. Aguardando a su cónyuge, piensa nuestra protagonista que no se puede quejar de su marido: tienen una casa grande y lujosa en el mejor barrio de la ciudad, dos carros último modelo, los niños en el mejor colegio y dinero en el banco para cualquier eventualidad. El tipo lo provee todo bien y sin falta. Además, siempre ha sido fiel y es educado y romántico. ¡Qué esposo maravilloso!
Pues resulta que se abre la puerta y el marido en cuestión entra en la vivienda presa del mayor de los estupores. Recorre el pasillo a la carrera dominado por la turbación. El sudor le empapa la piel. El nerviosismo, la ansiedad, el pánico mismo se muestra en su mirada cuando su desdichada figura aparece frente a la de su mujer. ¿Qué te sucede, amor? Pregunta ella sin entender. Pero el tipo no contesta, el tipo ve la mesa, el bol de ensalada en el centro, el tipo se baja los pantalones, casi se arranca la ropa interior y, emitiendo un grotesco gruñido, más propio de marsupiales en celo que de hombres, descarga una enorme, colosal, descomunal, carpetovetónica e hiperbólica defecación en el interior del bol. Tal como lo oyen. El muy hijo de puta se caga en la ensalada. Venía muerto de la necesidad y no creyó ser capaz de llegar al baño. Malditos arquitectos, ¿por qué los ponen tan lejos?
Y yo les pregunto: ¿comparado con la casa, los carros, el dinero y la vida perfecta, es acaso importante que tu marido sea un tarado de semejante índole capaz de convertir una adorable ensalada de patata en literalmente un montón de mierda? ¿Si ustedes fueran la esposa, aceptarían la pequeña excentricidad depositoria de su marido o se dirían qué loco está el maldito, mejor si huyo lo antes posible? ¿Ven? Las cosas importantes, las significativas de verdad, no suelen ser las que nos dicen.
@alfnardiz
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