La presente exposición analítica, tiene como objetivo plantear una posible mirada crítica en clave de: pertinencia, eficacia y relevancia de la ONU en el agrietado y cambiante tejido de las relaciones internacionales del siglo XXI, poniendo en duda si realmente cumple con su misión primordial de ser el baluarte de la paz global o si se ha relegado a un rol secundario y observador. Lo anterior parte de la amplia escalada internacional de distintos conflictos armados en el curso de los últimos años.
A pesar de sus cometidos fundacionales en aras de promover la paz y aportar a la seguridad internacional, la ONU, en los márgenes de los conflictos contemporáneos, enfrenta serias así como significativas dificultades para prevenir y eventualmente resolver estos conflictos, lo que lleva a necesariamente, a abrir una ventana para cuestionar su presencia y relevancia en el panorama mundial. Pero ¿qué ha llevado a este estado de cosas? La ONU, a pesar de sus numerosas falencias, nació en los albores de la segunda mitad del convulso siglo XX apelando a un ideal noble: evitar que las atrocidades del pasado se repitieran. Sin embargo, en su intento de ser un foro multicolor e incluyente donde todas las naciones pudieran tener voz, ha terminado siendo un escenario donde los intereses nacionales prevalecen sobre el bien común.
Bajo la consideración de lo anteriormente expuesto, resulta indiscutiblemente imperativo reevaluar el enfoque de las Relaciones Internacionales en consonancia con las exigencias y particularidades del emergente siglo XXI. Nos encontramos entonces, ante la premura de concebir y consolidar un modelo que priorice decididamente la cooperación, orientándose indefectiblemente hacia la resolución y transformación de los conflictos. Este nuevo esquema debe exaltar la diplomacia y el intercambio comunicativo, relegando prácticas de coerción y unilateralismo. Es de vital importancia internalizar que, en el tejido interconectado de nuestra época globalizada, las disyuntivas y desafíos que colectivamente enfrentamos demandan, con igual vehemencia, soluciones colectivas y por tanto ampliamente consensuadas.
Ahora bien, la gestión positiva de la ONU no está exenta de críticas. La organización ha sido señalada por estar fuertemente presionada en asuntos políticos y presupuestarios por los países desarrollados, Montoya & Sánchez (2023). Especialmente por aquellos que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Estas naciones, que poseen el poder de veto, a menudo han sido acusadas de influir desproporcionadamente en las decisiones de la organización, poniendo en tela de juicio la neutralidad y equidad que deberían caracterizar a un organismo internacional. A su vez, los asuntos presupuestarios, dominados por las contribuciones de las naciones más ricas, han generado preocupaciones sobre la independencia financiera de la ONU y su capacidad para actuar en función del interés global y no del de unos pocos.
Un ejemplo clave en todo este entramado, es la intervención militar de Estados Unidos en Irak (2003) y Afganistán (2001) esto suscitó una serie de debates y de airadas controversias a nivel internacional, y la actuación de la ONU en ambos escenarios fue objeto de crítica y escrutinio. En el caso particular de Afganistán, (Baltar ,2019) la marcada desestabilización de esta nación, tras la partida de las tropas multinacionales lideradas por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en diciembre de 2014, se debe ineludiblemente al desacierto militar en la estrategia de retiro de Estados Unidos. Después de la invasión, con facilidad Al Qaeda, retomó las riendas del Estado.
Además, las acusaciones de burocracia excesiva y falta de eficiencia en su operativa son una constante. Aunque la ONU ha logrado avances significativos en diversas áreas, es esencial que se aborden estas críticas para asegurar su legitimidad y eficacia en el escenario mundial contemporáneo.
Hoy en día, el diálogo internacional parece haberse reducido a una serie de declaraciones rimbombantes, discursos inflamados y pronunciamientos unilaterales, en lugar de un verdadero intercambio constructivo entre naciones. Esta "guerra de micrófonos", como se podría llamar, ha tomado el centro del escenario, eclipsando los esfuerzos genuinos de diplomacia y entendimiento mutuo. El conflicto entre Israel y Palestina es un claro ejemplo de este deterioro del diálogo intergubernamental.
De acuerdo con (Gobantes 2023) El conflicto árabe-israelí se refiere a las tensiones políticas y disputas bélicas entre Israel y las naciones árabes vecinas, destacando especialmente la situación conflictiva con los palestinos. El multifactorial conflicto, con raíces que se remontan a décadas y que involucra a dos pueblos con aspiraciones nacionales antagónicas, ha sido objeto de innumerables discusiones y negociaciones. Sin embargo, en lugar de progresar hacia una solución duradera, parece que estamos retrocediendo, con cada parte usando plataformas internacionales no como un foro para la mediación, sino como un escenario para acusaciones y posturas plagadas de intransigencias. El discurso en torno al conflicto es una arena en constante pugna, influenciado por afinidades y lealtades. La ONU no se destaca como la principal referencia en cuanto a las herramientas para comprender y proponer soluciones al enfrentamiento árabe-israelí.
La ONU, a pesar de sus esfuerzos, no ha logrado consolidarse como la principal referencia en la búsqueda de una solución, en gran parte debido a las limitaciones mencionados anteriormente. Una diplomacia robusta descansa sobre la imperiosa necesidad de escuchar, de comprometerse y de encontrar puntos en común. Pero en esta era de redes sociales, noticias de 24 horas y ciclos de noticias en constante evolución, parece que lo que prevalece es quién puede lanzar la declaración más impactante o dominar el ciclo de noticias del día. Esta situación no solo es contraproducente, sino peligrosa. Cada declaración unidireccional solo profundiza las divisiones y aleja la posibilidad de un verdadero entendimiento.
4 conclusiones posibles
1. Las críticas a la ONU no son infundadas. El dominio de las potencias en el Consejo de Seguridad y la influencia desmesurada de ciertos países en sus decisiones han llevado a cuestionar su imparcialidad y efectividad. La intervención militar en Irak y Afganistán es un testimonio de cómo las acciones de unas pocas naciones pueden tener repercusiones mundiales y cuestionar la eficacia de la ONU.
2. La burocracia, a menudo señalada como una de las principales limitaciones de la ONU, ha dificultado la rápida respuesta a crisis y ha llevado a la percepción de una organización lenta y engorrosa. Pero más allá de la burocracia, está el desafío de la diplomacia en sí misma. En un mundo donde el diálogo se ha convertido en un intercambio de acusaciones y posturas intransigentes, la ONU parece haber perdido su lugar como mediadora.
3. El conflicto árabe-israelí, con su complejidad y larga historia, es un claro reflejo de los desafíos que enfrenta la diplomacia moderna. A pesar de los esfuerzos de mediación, las partes parecen estar más alejadas que nunca, utilizando la ONU no como un foro de resolución, sino como una plataforma para proclamar su verdad.
4. Es vital que la ONU, y de hecho la comunidad internacional en su conjunto, reevalúe su enfoque. En un mundo interconectado, donde los problemas de uno son los problemas de todos, la solución no puede venir de declaraciones rimbombantes, sino de un diálogo genuino y constructivo. La "guerra de micrófonos" no beneficia a nadie y solo sirve para profundizar las divisiones.
*Doctor en Ciencia política, Docente de la Universidad Libre