La experiencia espiritual se da en la tensión de una acción de conexión con la propia esencia y el trascender hacia los otros en una relación de amor y generosidad. Me conecto con mi “sí mismo” para encontrar al otro y hallar en su ser esas experiencias que nos hacen crecer a todos. Lo espiritual no se agota en un ejercicio de contemplación del propio ser, ni puede ser un desprecio de lo que somos por la decisión de vivir para los otros. Las acciones espirituales tienen que propiciar el crecimiento personal. No le tengamos miedo a que genere procesos de autosuperación. Esas prácticas de trascendencia nos tienen que hacer mejores personas, ayudarnos a sacar nuestra mejor versión y conducirnos hacia una praxis de amor.

No se le puede creer a nadie que es espiritual si no lo demuestra en lo cotidiano. El rezar, orar, meditar, tienen que expresarse en la buena gestión de las emociones y en acciones de respeto y de colaboración. De nada nos sirve tener momentos entre incienso, velas y cantos religiosos si no podemos mostrar en las relaciones que la bondad es lo que nos caracteriza y que queremos vivir en la verdad, en una continua contemplación de la belleza que nos inspira.

Abandonemos esa comprensión de la espiritualidad como una invitación al sufrimiento. No es cierto que para ser felices tengamos que odiarnos, cercenar dimensiones de nuestro ser o recluirnos en el ostracismo que nos impide gozar la bendición de los otros. Eludir el placer y considerarlo un enemigo de la trascendencia, es una manera de negar parte de la condición humana; la espiritualidad nos lo revela como una herramienta de realización del proyecto de vida. Se trata de vivir en armonía para ser felices.

En mi texto “Espiritualidad para humanos” insisto en los beneficios de la espiritualidad. No podemos seguir exponiéndola desde las prohibiciones y los miedos. Es necesario entender cómo vivir de esta manera nos empuja a ser mejores. Para decirlo en términos de la experiencia religiosa en la que vivo mi espiritualidad: “No se trata solo de esperar ir al cielo, sino de construirlo todos los días en la vida diaria, solo así lo disfrutaremos en el futuro”. Ser espiritual es vivir el cielo aquí, sabiendo que es una provocación de lo que viviremos en el futuro pleno ante Dios.

En algunos casos se requiere de un proceso de aprendizaje para abrirnos a esas prácticas espirituales que nos permitan realizarnos plenamente. Por otra parte, requerimos generar procesos de formación, sobre todo a los niños y jóvenes, que les permitan desarrollar las habilidades espirituales. En el libro planteo maneras de hacerlo, porque creo que esto no se puede quedar en una bella disertación, sino en acciones que nos muevan a vivir de formas concretas. Contemplar, agradecer, interiorizar y trascender son verbos que tendremos que aprender a conjugar si queremos ser espirituales.

Toda expresión artística puede ser un buen vehículo para vivir la espiritualidad. En los planes de educación se tienen que generar pedagogías que ayuden al desarrollo de estas habilidades espirituales. Pretender que las personas adultas sean espirituales sin que haya una conciencia de aprendizaje, es apostarle al fracaso. Estoy seguro de que una clase en la que se pretenda un momento religioso sin ejercicios espirituales sirve de poco.

Finalmente, tengo claro que amar es la expresión más sublime de la espiritualidad. Sin amor todo termina siendo un sinsentido.