
Espiritualidad que sana
La vida es un don, un regalo para vivirla a plenitud, disfrutarla y compartirla con los que nos acompañan en el camino. Cuando amamos a la humanidad nos comprometemos a luchar a diario por generar contextos dignos. Una espiritualidad que termine sosteniendo el sufrimiento, la pobreza y la inequidad, debe ser cuestionada.
“Todo lo que hay dentro de mí necesita ser cambiado, Señor” proclama una canción que nos acompañaba en momentos de oración. Creo que ella expresa bien esa mirada pesimista sobre la humanidad que algunas visiones espirituales tienen. No es cierto que todo dentro de nosotros necesite cambiarse, hay muchas potencialidades, opciones, relaciones, experiencias, aprendizajes y dones que son una bendición y que nos hacen ser cada vez mejores.
No tenemos que sentirnos “gusanos” para comprender la grandeza de Dios. Creo que cuando descubrimos lo valiosos que somos, lo más fácil es entender que en la base de nuestra existencia está lo sublime, que el proceso de evolución que nos ha traído hasta aquí, no es una acción irracional y espontánea, sino una decisión amorosa de Dios.
Esa espiritualidad que encuentra en la culpa, el pecado, el sufrimiento, la sangre y la exaltación del dolor sus mejores expresiones, no solo reduce la experiencia sublime, sino que además genera un ser humano apocado, infeliz y amargado que encuentra en la solemnidad triste su mejor escondite.
Requerimos una experiencia espiritual que nos impulse a amarnos, a descubrirnos valiosos, a creer en lo que somos capaces de hacer, a sentir y entender que merecemos ser felices. Una espiritualidad que nos invite a creer y a vivir el cielo todos los días, para que podamos creer que él existe después de la muerte. Es muy complejo presentar la vida como un infierno o un espacio sin placer y sin alegría; eso sensatamente no puede impulsar a creer en el cielo del más allá.
La vida es un don, un regalo para vivirla a plenitud, disfrutarla y compartirla con los que nos acompañan en el camino. Cuando amamos a la humanidad nos comprometemos a luchar a diario por generar contextos dignos. Una espiritualidad que termine sosteniendo el sufrimiento, la pobreza y la inequidad, debe ser cuestionada.
Mi maestro espiritual Jesús de Nazaret es uno que celebra la vida y lucha contra todo lo que hace sufrir al hombre. Lo sublime se descubre en la vida diaria como fuente de felicidad y bienestar. Necesitamos que el discurso, los rituales y los dirigentes espirituales nos lleven a vivir experiencias interiores que nos inspiren a amar la vida y a vivirla a plenitud.
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