Educación emocional
Requerimos una educación emocional que permita enfrentar en los niños y los adolescentes situaciones como la ansiedad, el estrés, la depresión, la violencia, el uso de drogas y todos los comportamientos de riesgo en los que viven. Esto no es posible si seguimos despreciando las emociones y creyendo que todo lo que se plantee sobre ellas, pertenece a la literatura de autosuperación -despreciada por algunos-.
El tipo me dice todas las palabras feas que aprendí en el barrio. No entiendo por qué y solo lo miro con firmeza y serenidad, sin pronunciar una sílaba. Está fuera de sí, gritando y gritando; creo que, si el vidrio de la ventana del carro no nos separara, me hubiera golpeado. Mi cerebro genera todas las hormonas propias para la defensa, que se sienten como una tensión firme en mis músculos. Mi corazón se agita y busco entender qué pasó. Creo que el taxista que me va llevando en su vehículo ha cometido alguna infracción que ha afectado a aquel sujeto, y por eso está así de energúmeno. El taxista se ríe y arranca.
No entendí nada, pero me quedé pensando en lo analfabeta que somos en el manejo de nuestras emociones. Y lo somos porque el gran esfuerzo educativo se ha centrado en la adquisición de conocimientos y el desarrollo de las habilidades cognitivas. Cada vez se hace más evidente que necesitamos trabajar en esas necesidades sociales y emocionales que no son atendidas por los modelos pedagógicos actuales. Es necesario realizar propuestas y modelos pedagógicos que permitan el entrenamiento y desarrollo de habilidades emocionales como la conciencia y la regulación emocional.
Los niños necesitan que se les ayude a generar procesos que les permitan saber qué están sintiendo y puedan expresar esas emociones de la mejor manera posible, sin ponerse en riesgo o dañar a los demás. Estoy seguro de que con las maneras actuales no se ha logrado, prueba de ello son los grandes conflictos éticos, las crecientes maneras violentas de solucionar los problemas y las determinantes enfermedades emocionales que dificultan la convivencia. Las habilidades emocionales no se entrenan a través de los métodos que se usan para desarrollar las cognitivas. Exigen maneras bien diferentes. Conozco buenos intentos, pero creo que son insuficientes y se requiere un trabajo que afecte toda la educación pública de todos los niveles.
Requerimos una educación emocional que permita enfrentar en los niños y los adolescentes situaciones como la ansiedad, el estrés, la depresión, la violencia, el uso de drogas y todos los comportamientos de riesgo en los que viven. Esto no es posible si seguimos despreciando las emociones y creyendo que todo lo que se plantee sobre ellas, pertenece a la literatura de autosuperación -despreciada por algunos-.
Si no logramos tener conciencia de nuestras emociones, no podremos gestionarlas provechosamente para nuestro proyecto de vida. ¿Cuántos problemas de pareja y laborales se podrían evitar con un buen manejo de las emociones? Estoy convencido de que muchas de las situaciones que hoy generan tanto dolor y tristeza en la vida de muchas personas, se pueden solucionar siendo dueñas de sí mismas y no dejando que las emociones, por intensas que sean, las arrastren.
En mi libro Espiritualidad para humanos, que por estos días presento, trato de mostrar la relación que existe entre la capacidad de trascender que tenemos los humanos y la gestión de las emociones. Entre más espirituales, más capaces seremos de manejar nuestra ira en contextos conflictivos, o evitar que la euforia nos lleve a situaciones que nos destruyan. La conexión con la propia esencia nos hace más dueños de nosotros mismos.
Al final, sentí algo de compasión por el energúmeno que me amenazó e insultó de todas las maneras por alguna acción imprudente del taxista. Terminé pensando en cómo esa descarga emocional le podría causar daño.
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