Nada más humano que dar gracias. Es nuestra capacidad racional la que nos permite entender que en lo recibido, hay algo más que una correspondencia por nuestro esfuerzo y dedicación. No somos merecedores de todo lo que se nos da. Siempre hay que reconocer la manifestación de la gratuidad en nuestra existencia. No podemos dejar que nuestro ego nos cierre la posibilidad de descubrir la necesidad de vivir en agradecimiento con aquellos que nos han bendecido con sus decisiones y acciones. Ser agradecidos no implica ser lambones, mendigos o dependientes. Sabemos qué capacidades tenemos, qué hemos aportado, cómo lo hemos hecho, pero entendemos que no todo depende de ello. Creo que dar gracias tiene un poder infinito para transformar la realidad, para inspirarnos e impulsarnos a ser cada día mejores. Insisto en que si vivimos en la dinámica de agradecer, podemos desarrollar por lo menos tres actitudes fundamentales para ser feliz:

1. Enfocados en lo bueno: Cuando dar gracias se vuelve una tarea, nos enfocamos en lo bueno que sucede en la vida, nos liberamos de ese lente pesimista que privilegia las desgracias, las carencias, las amenazas y somos capaces de descubrir la perspectiva positiva de la realidad. Vivir concentrados en descubrir las manifestaciones de la bondad, de lo útil, de lo inspirador en la vida, se vuelve combustible para hacer que la existencia sea mejor. Los amargados son menos productivos.

2. Realistas frente a los demás: sostenemos relaciones más estables y reales con los otros. Somos conscientes de que muchos de ellos no tienen la obligación de ayudarnos, ni están condenados a darnos oportunidades. Si lo hacen, lo valoramos y lo agradecemos, si no, entendemos que están en su derecho. No hay que exigir a los demás lo que no quieren hacer por uno, siendo conscientes de que somos responsables de nuestras vidas y de lograr lo que queremos en ellas. Disfrutemos y agradezcamos lo que otros hacen por nosotros, pero sepamos que no están obligados a hacerlo.

3. Trascender hacia el otro: Somos capaces de entender que lo más importante no es el don sino el donante; que detrás de cada regalo, hay un alguien al que debemos reconocer. Siempre me ha impactado el relato del sacrificio de Isaac (Génesis 22, 1-19), porque creo que Abraham descubrió que más importante que el regalo que había recibido, era quién se lo había dado. Los dones se acaban, pero el donante siempre puede dar más. Eso implica trascender el valor de las cosas, y encontrarnos con los sujetos que son los que llenan de sentido la vida diaria.

Ahora, también tenemos que estar preparados para enfrentarnos a personas desagradecidas. A esos seres que suponen que son más que todos y que no tienen por qué ser agradecidos con nadie. A esos que confunden libertad y autonomía con mala condición. A esos que olvidan cómo en sus peores momentos fuimos una ayuda y una respuesta. Eso forma parte de la vida y tampoco podemos amargarnos por toparnos con esas experiencias, lo que toca hacer es entender el porqué y el para qué actuamos, sabiendo que muchas veces lo mejor es la satisfacción que queda en el corazón y que nos impulsa a ser mejores seres humanos. Recuerdo una expresión del Padre Rafael García-Herreros en la mesa del comedor del Minuto de Dios: “Y ese por qué me crítica y me ataca tanto, si no le hecho ningún favor”.