
A contracorriente
Hay que tener siempre claro que el sentido de la vida no está solo determinado por las victorias, porque las frustraciones también son maestras de vida que nos permiten lecciones muy importantes. Predicar la fe como garantía de no sufrimiento, no solo es un engaño, sino que nos aleja de aprendizajes que resultan ser muy necesarios para nuestra realización personal.
Jeremías es uno de esos personajes de la historia bíblica que desde su condición humana nos da unas lecciones existenciales que, podríamos decir, son pertinentes para cualquier momento. Él tiene la capacidad de reconocer sus limitaciones, y desde ellas, entiende que el sentido de su vida es hacer una crítica constante a una sociedad que vive desde valores que la llevan al precipicio del absurdo. En esa tarea tiene que enfrentarse a los áulicos del poder, a esa mayoría que celebra como masa acrítica todo lo que se repite desde los círculos que dirigen desde sus intereses la dinámica social.
Me gusta mucho que él entiende que no vive para realizar las expectativas de los otros, y que muchas veces para vivir originalmente y concretar sus propias opciones, hay que decepcionar a algunos. Jeremías deja claro que no se puede vivir tratando de agradar a todos, porque se termina perdiendo el sentido y el control de la propia vida. Claro que tenemos el derecho de decepcionar a aquellos que quieren obligarnos a vivir desde sus opciones y no desde nuestra esencia. Eso implica asumir las consecuencias de ello con valentía y generosidad. En estos momentos, la sociedad con las redes sociales nos busca imponer opciones, y no hay que tener miedo a decepcionar si ellas no coinciden con los valores fundamentales de nuestra existencia.
Me impresiona que Jeremías no cae en los cantos de sirena de los fanáticos religiosos que buscan desafiar a Babilonia, el imperio del momento, desde una comprensión mágica de la fe. Él no tiene miedo de decirles con firmeza que no se debe enfrentar al ejército caldeo. En una época de predicaciones triunfalistas que suponen que vamos a ganar todas las batallas, la actitud de Jeremías nos recuerda que se puede creer y confiar, pero desde la realidad y con conciencia de las posibilidades y herramientas que se tienen. Hay que creer con los ojos abiertos y con los pies en la tierra.
Hay que tener siempre claro que el sentido de la vida no está solo determinado por las victorias, porque las frustraciones también son maestras de vida que nos permiten lecciones muy importantes. Predicar la fe como garantía de no sufrimiento, no solo es un engaño, sino que nos aleja de aprendizajes que resultan ser muy necesarios para nuestra realización personal.
Otro elemento de Jeremías que me parece esclarecedor para nuestros días es tratar de entender que la experiencia espiritual está expresada por una ética existencial, más que por ritos y manifestaciones cúlticas. Jeremías 6,20 dice: “¿A mí qué el incienso de Sabá y las cañas aromáticas de tierras lejanas? Vuestros holocaustos no me son gratos, vuestros sacrificios no me deleitan”. Ser creyente implica vivir diariamente unos valores éticos que muestran la opción de Dios en favor de la bondad, la solidaridad, la justicia, la honestidad, etc.
Es allí donde la fe se vuelve una fuerza para vivir y transformar la vida de las personas, porque lo que hay presente es la certeza de que vivir coherentemente con unos valores, llena de sentido la existencia. Ahí hay una esperanza, porque nos asegura que vivir alineados a unos principios éticos nos garantiza una vida satisfactoria en medio de las dificultades de la condición humana. Somos capaces de encontrar motivos para estar llenos de alegría, fuerza y ánimo en medio de las luchas de la vida diaria.
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