Algunos seres humanos tienen dificultades en su comunicación, en poder construir realidades desde el trabajo, y poder demostrar ternura y emociones agradables. Eso es lo que expresa el relato del evangelista Marcos con la historia de un hombre que tiene su mano tullida. Usa la imagen de la mano que no puede ayudar a la comunicación, que no puede trabajar ni abrazar a los que ama, porque está paralizada, para recordarnos que ser feliz implica una consciencia de las limitaciones que se tienen para aceptarlas, enfrentarlas y superarlas en la realización de nuestros proyectos.

El hombre del relato va a un lugar religioso a buscar una palabra que lo inspire, o una acción que lo libere, sin embargo, no la encuentra hasta que ese sábado se topa con Jesús, quien sin ningún interés distinto al de hacerlo libre, lo sana. Esto me hace pensar en una experiencia religiosa que responda a las necesidades reales de aquellos seres humanos que la practican.

Una mano sanada implica ser capaz de expresarse con todo el ser, entender que la comunicación no se limita a las palabras y su universo, sino que se requiere todo el cuerpo que somos para expresar lo que hay adentro. Ninguna experiencia espiritual puede atar las palabras y el ser para impedirnos que podamos construir sentido. No hay que tener miedo de comunicar lo que sentimos. No dejemos que superestructuras ritualistas nos hagan nombrar con palabras vanas lo que necesitamos. Expresémonos con libertad y con mucha responsabilidad. Las palabras que no se expresan, terminan implosionando dentro en todo tipo de enfermedades. El encuentro con Jesús de Nazaret nos permite no avergonzarnos de lo que pensamos y sentimos, y lo mejor es que lo podemos comunicar con libertad.

Una mano sanada implica entender que debemos ser productivos. Ser autónomos es consecuencia de ser capaces de generar los recursos que necesitamos para lograr nuestros sueños. Sin La capacidad de generar, producir y conseguir los insumos que se requieren para nuestros proyectos, terminamos dependiendo de los intereses y caprichos de los otros. La presencia de Jesús en nuestra vida no nos hace limosneros, sino productores. Sólo vivirá en el cielo quien lo construye aquí en la tierra a diario. Viviendo desde lo que producimos, somos libres y podemos realizar cada tarea que requerimos. Somos responsables de nosotros mismos y no podemos guindarnos de los demás.

Una mano sanada expresa la salud emocional que permite manifestar el amor y la ternura que restaura e inspira a los que amamos. Sin abrazos, besos o caricias, la vida se vuelve triste y termina en el hastío total. En un mundo en el que las emociones han sido despreciadas, se requiere que la experiencia espiritual nos ayude a vivir en libertad, a comunicar lo que sentimos; algunas de las masculinidades frágiles han hecho que los hombres repriman sus emociones, abriendo heridas profundas.

Amar libremente nos hace sanos como el hombre de la mano tullida. Debemos apostar por una experiencia espiritual que nos haga más sanos. Ninguna experiencia que nos enferme puede quedarse en nuestro corazón. Es necesario que constantemente estemos buscando modos, personas y situaciones que nos ayuden a vivir armoniosamente, es decir, con sanidad. Esa es la clave de discernimiento de las experiencias espirituales, porque ninguna de ellas, por linda e intensa que sea, puede inhabilitarnos para comunicar sanamente, construir con firmeza y manifestar todo el amor que tenemos.