Todo lo humano se acaba. Tendemos a la obsolescencia. Vivimos con la conciencia de nuestra finitud, la cual contrarrestamos con un deseo de lo eterno y luchamos para que las relaciones, los proyectos, la vida misma, duren para siempre. La conciencia de finitud y el deseo de lo eterno, nos generan por momentos inspiración y compromiso con lo que estamos viviendo en el presente, pero también nos pueden generar ansiedad, miedo, tristeza ante el final inexorable de las situaciones que experimentamos. Se mueren las personas que amamos, dejamos de trabajar en algunas empresas, se terminan las relaciones afectivas que construimos; eso no lo podemos evitar, simplemente es así. Claro, damos la batalla para que todas esas experiencias duren lo suficiente, pero en algún momento terminan.
¿Qué hacer frente a esos finales? Quiero compartir lo que hago en mi cotidianidad cuando experimento esa manifestación de la condición humana. A mí me funciona hacer lo siguiente, en medio de las emociones tristes que se ocasionan:
1. Aceptar la realidad. Eso implica momentos serenos para asumir ese hecho que se impone tozudamente sin que pueda ser impedido. Está ahí, es una realidad y negarlo no tiene ningún sentido, además que nos hace incapaces de avanzar. Se vale llorar, expresar el dolor por las pérdidas, pero sin distorsionar lo que ha sucedido.
2. Hacer un análisis detenido de la situación. Entendiendo qué pasó, porqué pasó y cómo pasó. Este análisis no puede llevarnos a autojustificarnos, porque las autojustificaciones pueden dejar una falsa tranquilidad en la conciencia, pero prácticamente no sirven para poder seguir construyendo en el camino correcto. El objetivo de esta tarea debe ser aprender para que no vuelva a suceder, y controlar de mejor manera las decisiones que vamos a tomar.
3. Evaluar los beneficios vividos y recibidos en esa experiencia que se acabó. A veces, el final nos obnubila y nos olvidamos de todo lo que esas situaciones nos hicieron crecer. Cuando tomamos conciencia de los beneficios, podemos ser agradecidos y allí encontrar fuerzas interiores para levantar los ojos, encontrando en el horizonte nuevas oportunidades y posibilidades.
4. Hacer un plan para seguir. Porque la vida no se acaba con ese final que nos estremece y tenemos que tomar nuevas decisiones, actuando con coherencia desde nuestros valores. Improvisar no es lo más recomendable. Saber articular los recursos con los objetivos que tenemos, es la mayor garantía que podemos tener.
5. Encontrar un sentido y propósito trascendental y sublime en cada situación. Tengo la certeza de que esa pasión de eternidad, que nos mueve muchas veces, también expresa que el sentido último de la existencia va más allá de lo que vemos y experimentamos en esta dimensión finita. Esto es, para mí solo vale la pena vivir con un propósito que vaya más allá de todos los límites de nuestros sentidos.
Entiendo que no es fácil cerrar ciclos, pero creo que tenemos que hacerlo. Ese es el camino que recorro cuando experimento la finitud de la vida, sabiendo que no todo es como queremos y que siempre hay decepciones que nos hacen sufrir, pero que no pueden definir la razón de ser de nuestro proyecto personal. Tengamos claro que, queramos o no, la vida seguirá y nos traerá nuevas situaciones. Por eso, lo mejor es tratar de esforzarnos, hasta donde se pueda, para lograr que las nuevas circunstancias sean más favorables.