Mucha gente mide el poder por el lugar que ocupa en la mesa. Pero esta semana, en la Casa Blanca, quedó claro que hay fuerzas que trascienden los cargos. Ahí estaba Donald Trump, acompañado de Mohammed bin Salman, el príncipe heredero de Arabia Saudita; Elon Musk, uno de los más ricos del mundo; Tim Cook, CEO de Apple. Pero el asiento estelar lo tenía Cristiano Ronaldo; todos lo miraban y querían saludarlo. Prácticamente el entretenimiento de la noche, con hasta Trump admitiendo “sé quién es porque mi hijo es fan”. En la habitación donde se deciden guerras, sanciones y alianzas, la estrella, era un deportista.
Eso pasa porque el deporte y el entretenimiento hace lo que la política no puede: une, emociona, mueve economías, inspira. Ronaldo no llegaba representando una ideología; llegaba representando talento, pasión y disciplina.
Ese contraste golpea más cuando uno mira a Colombia. Somos un país que respira fútbol, que produce talentos como si nacieran con el balón en el pie, pero invertimos en deporte y entretenimiento como si fuera un lujo, no una palanca de desarrollo.
Mientras Estados Unidos, un país sin tradición futbolera, calcula ingresos por 30 mil millones de dólares solo durante el mes del Mundial, aquí seguimos discutiendo si apoyar el deporte vale la pena.
Basta mirar a Brasil para entender la diferencia entre vivir del talento y convertirlo en industria. Las empresas que hay detrás de jugadores como Neymar, Vinícius, o Raphinha generan miles de millones en patrocinios, derechos de imagen, marcas y negocios derivados. Esos ingresos regresan al país: pagan impuestos, invierten, crean empleo.
Brasil exporta centenares de jugadores desconocidos para el público, pero millonarios en ingresos, que hacen parte de un flujo constante de capital que fortalece su economía y su deporte. Eso no es suerte: es estructura, visión y profesionalización.
Colombia, en cambio, sigue jugando en pequeño. Talento sobra, sistema no. Por eso nuestros jugadores salen sin consolidarse, nuestros clubes sobreviven al borde y nuestras ligas producen una fracción de lo que podrían. Brasil tiene 27 ligas profesionales, nosotros tenemos dos ligas profesionales masculinas y una liga femenina que no opera permanentemente.
¿Qué pasó con la posibilidad de una tercera división? Allá el talento sube escalones; aquí se pierde en el camino. Y ese rezago afecta vidas. Es el niño que no encuentra cupo, la deportista que debe rifar su viaje, el entrenador que hace milagros con presupuestos mínimos.
Por eso lo de Ronaldo en la Casa Blanca no es una postal curiosa, sino un recordatorio de lo que puede lograrse cuando convierte el deporte en política seria. El fútbol, el deporte y el entretenimiento son plataformas reales de desarrollo emocional, económico y nacional, no adornos. Y Colombia podría dar un salto histórico si los integra de verdad a su proyecto de país. Ese es el poder del balón.
@MiguelVergaraC








