El país ha cambiado y sigue cambiando profundamente, pero muchas instituciones, en especial la política tradicional, no han sabido adaptarse y siguen ancladas a un país que ya no existe.

Mientras cada día aparece un nuevo anuncio de alguien que decide lanzarse a la presidencia, la mayoría de los ciento y tantos precandidatos no se ha preguntado qué le importa hoy a los colombianos, cómo ha cambiado su visión de la política y cuál es la mejor forma de comunicarse con sus potenciales electores.

El primer cambio es que, aunque persisten las categorías de izquierda y derecha -instrumentalizadas para mantener los beneficios electorales que produce la polarización-, la política, a grandes rasgos, dejó de ser ideológica para convertirse en emocional y de performance.

Los partidos políticos, salvo un par de excepciones, no tienen la capacidad de mover el voto de opinión, pues este está cautivado por aquellos candidatos que lo representan emocionalmente, que se les parecen o, incluso, a quienes se quieren parecer.

El país vive un capítulo que podría denominarse “la política como teatro”, en el que gana quien domina el escenario, quien logra conectar, y no necesariamente quien tenga el mejor programa.

Otro cambio -que representa un alto riesgo y que sigue la tendencia de otros países- es que la democracia se está reconfigurando desde la desconfianza en las instituciones y en el Estado mismo.

Ante la incapacidad del Estado de brindarle soluciones sostenibles y reales a los ciudadanos, se amplía la desconfianza en el Estado y en la propia democracia, lo que lleva a muchos a inclinarse por soluciones como la política de la “mano dura”, incluso aceptando más restricciones a cambio de más orden y resultados.

Esta tesis coincide con los resultados del índice de democracias publicado este año por The Economist, que muestra una alta tendencia en el país hacia el autoritarismo.

Además de estas tendencias, la conversación sobre la economía está girando hacia el costo de vida como una verdadera variable electoral. Desde los inicios de los 2000 ha crecido sustancialmente la clase media colombiana, que ha sufrido directamente todas las malas decisiones del gobierno actual.

Para este grupo, la movilidad social es determinante, así como el costo de vida y la posibilidad de acceder a más oportunidades. Este tema está directamente relacionado con las bajas tasas de natalidad que enfrenta el país, asunto que en los últimos días se ha abordado de manera superficial.

Por otro lado -y este tema amerita una columna completa-, Colombia se está “desbogotanizando” con más fuerza desde la pandemia, lo que implica que gran parte de la conversación política y social se está dando en las regiones, con variaciones sustanciales según el lugar desde donde se mire.

Todos estos elementos, que representan solo una fracción de los cambios que vive el país, deberían recordarle a quienes buscan liderar que Colombia quiere resultados y más capacidad de ejecución. Lo ideal es que logren hacerlo sin apelar a la retórica populista.

@tatidangond