Esta semana se cumplieron cuarenta años de la toma del Palacio de Justicia. Cuatro décadas en las que la verdad no ha sido esclarecida y la reparación a las víctimas sigue siendo una deuda no saldada. Lo ocurrido el 6 y el 7 de noviembre de 1985 fue un ataque al orden institucional, planeado y ejecutado por el grupo terrorista y criminal del M-19 en una acción auspiciada y financiada por Pablo Escobar para evitar la extradición. Más de cien personas asesinadas, entre ellas once magistrados, archivos judiciales desaparecidos y la justicia hecha polvo entre los escombros.

Es a esta masacre a la que Petro se refiere como una “genialidad”. Con razón, el país ha reaccionado con indignación, pues entiende que no es otro el propósito de Petro que reescribir la historia, su historia, agrediendo a las víctimas y a la nación colombiana. Ni una palabra de arrepentimiento de parte del señor Petro o del equipo de integrantes de esa organización que hoy ocupan altas posiciones en el Gobierno.

Petro y su grupo reivindican su heroica participación en los hechos con su discurso incendiario y ondeando la bandera el M-19 en actos públicos y frente al propio Palacio de Justicia. Bien hizo la Corte al no invitarlo a los actos conmemorativos del holocausto. Le faltó gallardía al presidente de la Corporación, doctor Tejeiro, para decir que no querían a Petro en la ceremonia. ¿Cómo así que no lo invitaron porque se trataba de un acto íntimo de la Rama Judicial? ¿Cuál acto íntimo, señor Tejeiro? ¿No se da cuenta de que aquí la que fue masacrada y sigue adolorida es la nación, y la sociedad colombiana, a la que nadie le ha contado lo ocurrido ni pedido perdón?

Señor Petro: la verdadera genialidad sería que usted y su grupo, incluyendo a todos los que hoy lo acompañan en el Gobierno, tuvieran la valentía, así sea 40 años tarde, de contarles a los colombianos toda la verdad de lo sucedido. Es lo mínimo porque el país, difícilmente, podrá cerrar este trágico capítulo mientras la verdad no se esclarezca y la impunidad se siga perpetuando.

El doctor Carlos Medellín, hijo de uno de los magistrados asesinados, narró esta semana cómo la toma fue planificada con anticipación, cómo los magistrados fueron objeto de amenazas antes del ataque, cómo los terroristas ingresaron armados, tomaron rehenes, asesinaron y manipularon pruebas. Medellín recordó que hubo registros judiciales que documentaron las ejecuciones y que evidenciaron la magnitud del crimen. Y lo más importante, recordó cómo el proceso judicial había avanzado a tal punto que, inclusive, se involucraba al hoy presidente de la República, Gustavo Petro Urrego.

Pero llegaron, y por partida doble, el indulto y la amnistía total y hasta ahí llegaron las investigaciones para ese grupo de criminales. Bueno es recordar que fueron cientos de secuestros y crímenes cometidos cuando llegó la amnistía, hechos por los que nunca respondieron. Lo mismo no ocurrió, inexplicablemente, para los miembros de las Fuerzas Militares y de Policía, tema que el país está en mora de revisar.

No puedo ocultar mi malestar al escuchar al señor Petro controvertir, no sé en qué calidad, con otro de los hijos de magistrados asesinados en la toma del palacio, el doctor Mauricio Gaona, sobre las circunstancias en que fuera asesinado su padre. Qué cinismo, qué atrevimiento.

Y me sigo preguntando: ¿a qué hora esta partida de asesinos y delincuentes quedó totalmente amnistiada sin responder por nada? ¿Cuál fue el verdadero móvil de la toma? ¿Cómo se decidió la operación criminal? ¿Quiénes participaron y cuál fue el papel de cada uno? Colombia tiene derecho a conocer toda la verdad. El país no puede seguir condenado a perpetuar la impunidad. Ya vimos en lo que quedaron las amnistías al M-19, en lo que están quedando los acuerdos con las Farc y los ahora promovidos por Petro, que han conducido a que hoy tengamos más de 25.000 hombres en armas.

Los crímenes cometidos durante la toma del Palacio de Justicia son de lesa humanidad, imprescriptibles y, por tanto, el Estado tiene aún la obligación de esclarecer los hechos, reabrir las investigaciones que sean necesarias, y en algún momento los culpables tendrán que asumir su responsabilidad. Solo así podrá comenzar a cerrarse esta dolorosa herida que aún permanece abierta, muy abierta.