Entre las ciudades del Caribe colombiano, Barranquilla ha resaltado por un modelo económico y de desarrollo que ha logrado generar empleo, sentido de pertenencia, atraer y retener talento humano local, y promover la movilidad social entre sus habitantes. Sin desconocer los retos sociales y económicos que aún enfrenta, como los persistentes índices de pobreza e informalidad, cabe preguntarse cuál ha sido la estrategia de la ciudad y qué elementos podrían extrapolarse a otras capitales de la región para potenciar su desarrollo. La fórmula de Barranquilla podría resumirse en una alianza entre la academia, el empresariado local y el sector público, acompañada de una continuidad en la implementación de políticas distritales.

El “modelo Barranquilla” se ha caracterizado por darle continuidad a una visión de ciudad durante más de 17 años, combinando proyectos emblemáticos con impacto social y ambiental, el desarrollo de una logística más competitiva, el turismo de negocios y la ejecución de políticas sociales focalizadas. Según un informe de Fundesarrollo, en 2025 se han creado 53,4 mil nuevos empleos en el área metropolitana, impulsados principalmente por los sectores de la construcción y la industria manufacturera.

Si bien el modelo de la capital del Atlántico no puede replicarse al pie de la letra en otras ciudades del Caribe -ya sea porque no cuentan con un ecosistema empresarial tan robusto o con una red consolidada de universidades o centros de pensamiento-, existen ciertos elementos que sí podrían adaptarse: el fortalecimiento del recaudo fiscal, el desarrollo de infraestructura estratégica y, por supuesto, la construcción de visiones de ciudad sostenibles a largo plazo.

Cada ciudad tiene su propio potencial. En Santa Marta, por ejemplo, se debe pensar en un turismo sostenible y en infraestructura que responda tanto a la modernización urbana como a la mejora en cobertura y calidad de los servicios públicos. Valledupar puede explorar nuevos escenarios para la generación de empleo formal a partir de la “economía del folclor”, una línea de investigación y desarrollo que, como sugiere el libro Historia, economía y canciones en el folclor vallenato, ofrece oportunidades para conectar cultura y desarrollo económico.

Montería y Sincelejo podrían impulsar su crecimiento económico consolidándose como clústeres agroindustriales del país, generando mayor valor agregado a sus productos e impulsando el empleo formal. Riohacha, por su parte, cuenta con un enorme potencial turístico, que solo podrá materializarse si se sitúa a las comunidades en el centro del desarrollo y se articula el apoyo de la Nación y del empresariado colombiano. Y Cartagena, que encarna la paradoja de ser una ciudad que lo tiene todo y en la que, sin embargo, aún hay de todo por hacer: se necesita reconstruir un proyecto de ciudad que inspire orgullo y compromiso cívico entre los cartageneros y que esté a la altura de su inmenso potencial.

Al final, las ciudades del Caribe colombiano tienen un reto compartido: diseñar modelos de desarrollo capaces de reducir sustancialmente sus alarmantes niveles de pobreza, que superan en la mayoría de los casos el promedio nacional. Este reto, que debe ser asumido de manera conjunta, exige el compromiso decidido de todos los sectores sociales y económicos.

@tatidangond