Las ciudades también tienen corazón. Y el de Barranquilla late cada vez más débil. El centro histórico, antaño hervidero de vida urbana, comercial y, sobre todo, punto de encuentro ciudadano, se está quedando solo, se apaga por la desolación de sus calles desiertas, vitrinas vacías y vendedores desesperanzados. Cada vez que un local cierra, familias enteras sufren un devastador golpe para su estabilidad económica. También tendría que entenderse como la pérdida de un trozo de nuestra memoria colectiva, sentido de arraigo e identidad popular.

Por décadas, el centro fue el espacio para construir ciudad desde la convivencia cotidiana. Su actual crisis no llegó de golpe, sino que es la consecuencia acumulada de algunos factores no atendidos a tiempo, como la extorsión e inseguridad en general, la informalidad y el abandono institucional. A estos se les suman otros fenómenos asociados a la modernidad. Entre esos, el cierre de servicios judiciales por la virtualidad, herencia de la pandemia, y la aparición de nuevos polos comerciales que provocaron una migración de los compradores.

El otrora escenario del bullicio e intercambio comercial por excelencia de Barranquilla es ahora el retrato urbano del desamparo, del olvido. ¿A quién queremos engañar? Los datos de la Unión Nacional de Comerciantes, Undeco, revelados por EL HERALDO son alarmantes. Solo en el cuadrante de la carrera 38 a la carrera 46 y de la calle 30 a la calle 45 se calcula que casi 300 locales están desocupados porque los comerciantes no sobreviven sin clientes, acosados además por la delincuencia, el miedo y la desconfianza. ¡Se quedan sin opciones!

Resignarse a semejante debacle económica y sociocultural es inaceptable. El centro puede y debe renacer. Para ello, se requiere una estrategia integral que combine seguridad, infraestructura de calidad, cultura y participación ciudadana. Primero, una presencia real y constante de las autoridades que devuelva la confianza a comerciantes y visitantes. Sin seguridad, no hay inversión. Segundo, políticas públicas de reactivación que estimulen el comercio, con incentivos tributarios, créditos blandos y campañas de consumo responsable.

El Distrito, los gremios, la Cámara de Comercio, las universidades, y todo ese entorno al que se le conoce como las fuerzas vivas de la ciudad, tendrían que repensar el centro como un laboratorio urbano para revitalizar su espacio público, promover ferias culturales, restaurar sitios patrimoniales y crear circuitos turísticos y gastronómicos que atraigan gente. También se necesita innovación para digitalizar negocios, dar vida a plataformas conjuntas de venta y fortalecer el emprendimiento local. Las soluciones no son mágicas, pero sí posibles cuando hay voluntad política y coordinación institucional. Así que sumemos esfuerzos entre todos.

El centro, como ocurre en otras latitudes, debe volver a ser el alma de Barranquilla. Ese lugar donde se compre, se converse, donde se camine sin miedo, donde la historia se respire y el futuro se imagine. Si logramos que la gente se sienta parte de su recuperación, la ciudad no solo rescatará este espacio, sino una forma de vida. De manera que la responsabilidad también es ciudadana. No basta con lamentarse por lo que fue: hay que volver a él, a mirar con otros ojos esas calles que han marcado a generaciones. El comercio local sobrevive si encuentra clientes; la historia de Barranquilla también lo hará, si alguien la sigue contando.

Hagamos un pacto de ciudad por la revitalización o rehabilitación del centro histórico. Un compromiso que nos una a todos como un acto de amor por Barranquilla. Preservar de forma integral ese sector que es nuestro patrimonio hará que todos ganemos mucho más.