En Mente maestra, la directora Kelly Reichardt, conocida por Old Joy (2006), Meek’s Cutoff (2010) y First Cow (2019), incursiona por primera vez en el género de las películas de robo. La cinta, que formó parte de la Competencia Oficial del pasado Festival de Cannes, recrea —con las libertades que otorga la ficción— el asalto al Framingham Art Museum, en el estado de Massachusetts, suceso ocurrido a comienzos de la década de los setenta.
El protagonista es James Blaine Mooney (Josh O’Connor), conocido como JB, un visitante habitual del museo que planea el robo de cuatro obras abstractas del pintor Arthur Dove. Al inicio lo vemos disfrutar del arte junto a su esposa Terri (Alana Haim) y sus traviesos hijos Tommy y Carl (Jasper and Sterling Thompson), pero pronto queda claro que su mirada es también la de un observador meticuloso que estudia los puntos ciegos de la seguridad. Incluso se atreve a robar una pequeña figura sin ser descubierto. Su actitud infantil y un tanto ingenua se refleja también en la relación con su madre (Hope Davis), a quien pide dinero para un supuesto negocio que no existe.
Lo que sigue no es una historia de crimen convencional. El plan se complica al ser denunciado por uno de sus colaboradores en el robo, dejando a JB en un dilema que puede arrastrar consigo a su familia y al prestigio de su padre (Bill Camp), un juez cuya reputación tambalea. Obligado a huir, el protagonista recorre carreteras secundarias, visita viejos conocidos y busca refugio temporal, mientras, a través de llamadas telefónicas y fragmentos de su pasado, se insinúan sus frustraciones y su conflicto interior.
Más que un relato policial, Mente maestra es un retrato de época, con un trasfondo de ironía y algo de nostalgia. Reichardt recrea con sutileza el clima social de la Guerra de Vietnam, donde la desilusión y el desencanto se mezclan con el deseo de huir de una vida aparentemente perfecta. En un intento final de fuga, JB termina en medio de una manifestación antibélica, la cual condensa el espíritu de una generación en crisis.
Las interpretaciones de O’Connor y Haim son sobresalientes. La fotografía de Christopher Blauvelt y la banda sonora de jazz refuerzan el tono introspectivo y melancólico que distingue el cine de Reichardt. Fiel a su estilo, la directora confía en los silencios, en los gestos mínimos y en la mirada del espectador para completar el cuadro psicológico de un hombre que roba no por ambición, sino por un impulso tan inexplicable como humano.
@GiselaSavdie








