En Colombia, de acuerdo con el Departamento Nacional de Planeación, se pierden o desperdician cada año cerca de 9,76 millones de toneladas de alimentos, lo que representa el 34% de toda la oferta nacional. Esta cifra resulta aún más dolorosa si se considera que millones de personas en el país viven en situación de inseguridad alimentaria. Más alarmante aún es que el 40,5% de esas pérdidas ocurre durante la etapa de producción agrícola, es decir, antes de que los alimentos siquiera lleguen a los centros de distribución.
Las causas son múltiples, pero una destaca por su impacto: las plagas y enfermedades agrícolas. Según la FAO, estos factores pueden causar hasta el 40 % de las pérdidas de cultivos alimentarios en el mundo. Por eso, hablar de hambre sin considerar la producción agrícola y cómo se protege lo que sembramos es ver solo una parte del problema.
En este contexto, es fundamental reconocer el papel de la tecnología en la agricultura. Más allá de la maquinaria y los robots, existen soluciones innovadoras, desarrolladas a partir de años de investigación científica, que son cruciales para garantizar la seguridad alimentaria. Estas tecnologías no solo ayudan a que lo que se siembra llegue a cosecharse, sino que también minimizan las pérdidas en el campo.
Ignorar el papel de estas soluciones es renunciar a una discusión sobre cómo garantizar alimentos suficientes, seguros y accesibles para todos. La labor de la Planta de Bayer en Barranquilla es un ejemplo de cómo se puede contribuir a este objetivo. Con casi 50 años de experiencia, esta planta ha formulado soluciones que permiten que millones de toneladas de alimentos no se pierdan en el campo.
Desde esta planta se exporta el 60% de la producción a 18 países de América Latina, y el 40% restante se queda en Colombia, beneficiando principalmente a pequeños y medianos agricultores. Gracias a esta producción, se estima que se protegen más de 3.849 millones de tazas de café, 12.299 millones de papas y 51.341 millones de bananos, cultivos esenciales que forman parte de la mesa de millones de familias barranquilleras, colombianas e incluso latinoamericanas.
Su impacto también se traduce en la construcción de país: 128 empleos directos y más de 10.000 indirectos a nivel nacional. Pero quizás su mayor aporte es simbólico: demostrar que, en un país con profundos desafíos rurales, hay espacio para una agroindustria que combine eficiencia, sostenibilidad y responsabilidad.
Combatir el hambre no empieza en la cocina. Empieza en el campo. Proteger lo que allí se cultiva debe ser parte central de cualquier estrategia nacional seria para enfrentar el desperdicio de alimentos. No podemos seguir normalizando que millones de toneladas se pierdan por falta de tecnología, por ausencia de buenas prácticas o por desinformación.
La ciencia no es el enemigo del campo; es su mejor aliada. Ejemplos como el de Barranquilla nos recuerdan que hay soluciones que, aunque no siempre son visibles, están evitando que el hambre siga creciendo.
*Gerente de la Planta de Productos para la Protección de Cultivos de Bayer – Colombia








