Quisimos esperar unos días después de las inmediatas y merecidas felicitaciones por su Premio Nobel, para escribir esta columna sobre esta mujer valerosa que a manera de título podríamos distinguir como la “Dama valiosa y sin miedos que enfrenta al monstruo”.

Prácticamente todo el mundo razonable, principalmente las democracias, el universo de los damnificados, miserables y hambrientos, los olvidados, perseguidos e injustamente en las cárceles, todos ellos y muchos más, que están personificados, por años, en la figura de esta mujer noble que solo ha buscado en su lucha justicia e igualdad para un pueblo acobardado y sumiso, esclavo de su propio silencio con miedo de que al hablar terminen las personas en las cárceles.

Conocemos bien la situación de Venezuela y podemos con alguna pretendida pero honesta seguridad, comentar que la gente, ese pueblo noble y abnegado que es, merece rápidamente porque no solamente es imprescindible superar el hambre y la escasez, sino calmar las ansias de libertad. María Corina ha dedicado su vida a apoyar a su pueblo y ha sacrificado su libertad, su seguridad y hasta su salud para internarse en la reconquista de las libertades civiles y políticas como lo merece su país.

El Premio Nobel ganado es un galardón que enaltece, altamente merecido, pero más allá de él, el reconocimiento justo que significa es el impulso a seguir luchando. No se sacrifica una vida, una tranquilidad, la salud, la libertad, por caprichos pasajeros, se necesita convicciones muy profundas que solo los seres superiores pueden poner al servicio de sus conciudadanos.

Pero el retrato que nos marca el galardón para esta Dama ilustre nos detiene enseguida a una reflexión que desde hace mucho tiempo tenemos en mente: Por fin el mundo está reconociendo el valor, los méritos, la fuerza, el poder y la dignidad de lo que pueden ser y hacer, de las mujeres, del sexo femenino, de esa otra parte integral de la humanidad.

Porque nos hemos olvidado por siglos de ellas que son la mitad de la vida y tienen cada vez más afortunadamente estupenda presencia en los designios del mundo.

El sexo femenino estuvo por siglos condenado a un servicio de segunda clase, casi que servil para el sexo masculino que se movió injustamente por siglos.

Hoy el sexo femenino está encontrando en justicia su lugar y la mujer está ocupando el sitial que le corresponde en el estudio de la humanidad.

María Corina encarna la modernidad afortunada de este cambio, de esta evolución, de este paso adelante de la justicia que ya en palabras del antiguo Papa Francisco llamó la atención del mundo cuando afirmó: “Ellas primero porque son quienes germinan la vida”.