Epicteto, filosofo estoico, llegó a Roma como esclavo y, luego de su manumisión, se educó en esa corriente llegando a ser de sus más destacados representantes. En Grecia, su fama fue tan grande que mereció, según algunos de la época, más respeto en vida que Platón. Su filosofía, centrada en la razón y la acción guiada por la claridad interior, promulgaba no actuar sin propósito y distinguir lo que está bajo nuestro control y lo que no.

Colombia se empeña en renunciar a su vocación carbonífera y condena a esta industria como si fuera vestigio vergonzoso de otra época. Se cierran puertas a nuevas inversiones y se promueve la idea de que al dejar de exportar carbón contribuimos a la lucha contra el cambio climático. Con solo 0,6% de las emisiones de CO2 globales, ese fin claramente “no está bajo nuestro control”. Entretanto, EE. UU. anunció la entrega de 13,1 millones de acres de tierras para nuevos desarrollos de carbón (Trump firmó el acta con el pomposo nombre de “Ley de un Gran y Hermoso Proyecto”, traducción propia). La medida trae US$ 625 millones en fondos públicos para modernizar plantas que estaban condenadas al cierre. Colombia entierra el carbón en una transición apresurada, la mayor economía del mundo lo resucita con subsidios y tierra pública. No es un caso aislado pues Europa, que apoya la descarbonización, reabrió plantas a carbón durante la crisis energética de 2022. China e India no solo consumen y contaminan, sino que aumentan cada año su capacidad instalada con base en este combustible. Las grandes potencias apoyan la transición, pero a través de la adición. No sustituyen combustibles fósiles; suman renovables a su base segura de gas, petróleo y carbón. La transición debe basarse en esta agregación de fuentes, proceso acumulativo y pragmático, distinto a la narrativa romántica, pero peligrosa, de “renuncia inmediata” que algunos promulgan. Mientras la Agencia Internacional de Energía reportó que el carbón sigue siendo la principal fuente de generación eléctrica del planeta, nosotros jugamos el papel de virtuosos solitarios. ¿Dejar de producir carbón en La Guajira o en el Cesar cambiará lo que consumen China, Estados Unidos o Alemania? No, lo que sí cambia es nuestra economía: desaparecen empleos, regalías y oportunidades de inversión que financiarían la anhelada transición, que no se logra con abstinencia y dogmas ideológicos si no con realismo y estrategia. No podemos darnos el lujo de actuar como si viviéramos en una especie de retiro espiritual energético. Las grandes potencias impulsan nuevos yacimientos de carbón y Colombia los clausura como si bastara la intención para mantener las luces encendidas.

Los hacedores de política energética deberían inspirarse en el pensamiento estoico de Epicteto: la claridad del rumbo precede a la acción. Sin dirección clara, que no la hay, la transición como se plantea no será evolución sino deriva.

@achille1964