El panorama económico de Colombia para los próximos años se presenta como un juego de contrastes. Mientras el Producto Interno Bruto muestra señales de recuperación con proyecciones de crecimiento cercanas al 3% para 2026, la inflación persiste como un obstáculo que encarece el crédito y frena la capacidad de compra de los hogares. La economía avanza, pero lo hace con un peso sobre los hombros: tasas de interés elevadas y un déficit fiscal que limita la acción del Estado.
En este contexto, el sector de la construcción y el inmobiliario enfrentan un doble desafío. Por un lado, la actividad constructiva refleja caídas en iniciaciones de vivienda, golpeadas por la reducción de subsidios nacionales y por la dificultad de cerrar financieramente nuevos proyectos. Por otro, el crédito hipotecario, aunque ha disminuido respecto a los picos de 2023, sigue siendo costoso, lo que restringe el acceso a vivienda nueva, en especial en los segmentos de interés social.
La vivienda usada emerge entonces como protagonista natural. Con precios históricamente resilientes y ubicaciones consolidadas, se perfila como alternativa para quienes no encuentran cabida en proyectos nuevos. Su entrega inmediata y capacidad de valorización la convierten en refugio seguro frente a la incertidumbre. La presión sobre el suelo urbano y las restricciones de ordenamiento territorial refuerzan esta tendencia, pues una oferta limitada inevitablemente empuja la demanda hacia el mercado secundario.
A estas dinámicas económicas se suma un cambio silencioso, pero profundo: la transformación demográfica. El país envejece más rápido de lo previsto y los hogares se reducen en tamaño. Para 2050, la mayoría de los hogares estarán conformados por menos de dos personas, lo que redefine las necesidades habitacionales. Viviendas más pequeñas, multifuncionales y con énfasis en accesibilidad y servicios cercanos marcarán la pauta. El arriendo, por su flexibilidad, se consolidará como opción preferente en este nuevo escenario.
En síntesis, el futuro del sector no se escribe solo en las cifras macroeconómicas, sino en su habilidad para adaptarse. Las restricciones fiscales y el costo del crédito seguirán limitando la vivienda nueva, pero no anulan las posibilidades de crecimiento. La vivienda usada y el mercado de arrendamientos ofrecen un respiro e, incluso, una ventaja estratégica en medio de la coyuntura. Más que esperar condiciones ideales, el reto está en reinventar la oferta y anticipar las demandas de hogares más pequeños, más móviles y más exigentes en ubicación y servicios.
* Directora ejecutiva Corporación Lonja de Propiedad Raíz de Barranquilla