El fútbol hoy, como casi todas las actividades humanas, se ha llenado de estadísticas, algoritmos, pantallas y aplicaciones. Y, digo el fútbol en todas sus áreas: entrenamiento, captación de talentos, diseño de alineaciones, sustituciones y otras.
Y no es que los conocimientos básicos estén anticuados, al contrario, esos siempre serán necesarios. El fútbol, aún, se cultiva en las relaciones humanas, en la perspicacia del entrenador, en la complicidad entre uno y otro jugador, en la motivación grupal. En la solidaridad y confianza cuando aparece el error.
En la aceptación de las apariciones del azar, de las múltiples variables que coexisten en el trámite de un partido. En los nervios y seguridades de un ser humano. Pero, es innegable que vivimos en una era de adelantos tecnológicos y hay que utilizarlos para mejorar.
Dicho lo anterior, creo pertinente consignar en estas líneas que hay una exagerada y, muchas veces, inocua utilización de las estadísticas para tratar de calificar el buen o mal rendimiento de los equipos y futbolistas.
Por ejemplo, se dice que un jugador ganó 6 de 8 duelos, para darle una nota alta, porque “solo” perdió 2. Pero al ver el partido, esos dos fueron en los que quedó ante el último defensa rival y si lo eludía quedaba frente al arquero y de cara al gol. Los otros 6 fueron intrascendentes en su propio terreno.
Cuando remarcan que un equipo disparó 10 veces al arco y el rival 4 para decir que fue mejor, pero si los 10 remates fueron de fácil control por parte del arquero y en cambio de los cuatro, dos dieron en el palo y uno obligó al arquero a una gran salvada, ¿quién estuvo mejor?
Bienvenidas las estadísticas, pero desde siempre sabemos que estas dejan una marca inalterable, pero afortunadamente no lo explican todo. Hay que tener comprensión del juego. Sobre todo, del fútbol, el arte de la inexactitud. La dinámica de lo impensado.