“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”, dice el mensaje bíblico Mateo 5:6. Hambre y justicia son dos palabras claves en este mundo lleno de incertidumbre y de pasiones desenfrenadas. El hambre como arma política que utiliza Israel con los Palestinos, el hambre como corrupción con los niños indígenas que mueren en La Guajira y el hambre como instrumento de acoso sexual en el sector público para disponer de la mujer que busca un modesto empleo en nuestro país.
Justicia, en el derecho romano la define Ulpiano como la voluntad firme y continuada de dar a cada uno lo suyo. Mientras que el profesor Angel Osorio en su libro El alma de la toga nos enseña: “sin justicia no se puede vivir. Si ella se duerme estamos perdidos”. A su vez, nuestra Constitución Política la acoge con la mayor importancia en su Preámbulo y la repite como elemento determinante, para una convivencia pacífica en su artículo 2º. Lo contrario de justicia es la impunidad, como plaga de un Estado sin rumbo o en peligro de desaparecer en manos de las mafias, cuando el interés particular está por encima del general.
La sentencia dictada esta semana por la J.E.P (jurisdicción especial para la paz), condenando a los exintegrantes del secretariado de las FARC, a una pena simbólica, sin cárcel, con escoltas, vehículos blindados, equipos de comunicación satelital y una alimentación balanceada, para no dejar engordar a estos autores de más de 21.000 secuestros, desapariciones, violencia sexual y otros crímenes de lesa humanidad, es una burla.
Para compensar este juego de impunidad, la misma entidad dicta otra sentencia similar en favor de exmilitares comprometidos en falsos positivos, torturas y desapariciones a 135 jóvenes del Cesar y La Guajira. Sentencias de más de 600 páginas que hablan de todo, menos de justicia, cuya redacción duró 8 años y un presupuesto de 4 billones de pesos en un lenguaje al estilo Kafka, más parecido a un poema erótico en las puertas del infierno.
Es el juego del poder donde crece aceleradamente la estupidez como un proyecto macabro de una élite que maneja a su antojo este mundo, que en palabras del teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, fusilado por Hitler en 1945, constituye una categoría de moral política, el rechazo a actuar con pensamiento crítico y una forma de deshumanización deliberada y peligrosamente manipulada por las redes sociales y la inteligencia artificial.
@FcuelloDuarte