En un mundo en el que ser altamente productivos nos hace ver como mejores personas, el hecho de descansar no puede seguir siendo entendido como un vulgar sinónimo de dejadez. A la gente de hoy, en su gran mayoría, le da vergüenza reposar; o, al menos, reconocer que lo hace. Todos necesitamos descansar, pero la culpa nos condena de forma anticipada. Nos hemos acostumbrado a pensar que el tiempo libre no es sino un privilegio. Un privilegio que en muchos casos ni siquiera merecemos, porque quizás no hemos hecho lo “suficiente” para dejar que los minutos, las horas o los días pasen sin que hagamos nada más que nada.

La exigencia que los demás imprimen sobre nosotros hace que nos autoexijamos más de lo que deberíamos… Hasta llegar a un punto en que no hay espacio ni tiempo en la agenda para el ocio. Entonces, la alegría de vivir, sin más opción, desaparece. De mis papás aprendí —y aún sigo aprendiendo— que se trabaja para vivir, mas no se vive para trabajar. Y eso me da tranquilidad para hacer lo que debo: no hacer nada cuando eso es lo único que necesito hacer.

Aunque la autopercepción en torno a nuestras ocupaciones es la que suele obligarnos a sentirnos incómodos mientras nos dedicamos simplemente a dejar que el tiempo fluya sin ningún tipo de perturbación, nos pesa más lo de afuera que lo de adentro. Digo eso luego de recordar las innumerables veces que he visto cómo los adultos fingen estar haciendo una tarea importante, mientras es evidente que lo único que están haciendo o que en realidad desean hacer es nada.

Se vale no hacer nada. Como también se vale no encajar en los estereotipos inalcanzables que la misma sociedad ha estandarizado sobre lo que supuestamente debemos llegar a ser en la vida. Se vale tener uno, dos, tres o muchos más días libres. Pero la gracia no es solo tenerlos, lo cual —por derecho— nos corresponde a todos. El sentido de los días libres está en disfrutarlos sin que nos sintamos responsables por dejar de funcionar como máquinas en movimiento perpetuo.

La gracia de no hacer nada está en reconocer que eso también hace parte de la vida. Y que está bien. Que no necesitamos acreditarnos en multiplicidad de ocupaciones. Porque no somos un robot humanoide. Somos, en esencia y sustancia, humanos. Mantenernos ocupados de forma frenética no hará que seamos superiores a nadie. Ni incidirá en eso que nos define como seres dedicados a hacer justo lo mismo que los demás: sobrevivir. La gracia de no hacer nada está en aceptar que, como reza esta frase atribuida a Sócrates: «Los ratos de ocio son la mejor de todas las adquisiciones».

@catalinarojano