En mi pasada columna, (dirigida a responder a una persona que no simpatiza con quienes exigimos un urbanismo respetuoso de los relictos de bosque seco tropical, expresado en el bosque sucesional o secundario), hice una alusión a Salmona y Le Corbusier, dos grandes arquitectos y urbanistas que, a mi juicio, habrían desaprobado los diseños que caracterizan a los megaproyectos de Vivienda de Interés Social (VIS) que se vienen construyendo en la ciudad y su entorno metropolitano.
Para mi sorpresa, desde cuentas de X y Facebook, que parecen más bots amaestrados con inteligencia artificial, en lugar de ir a la médula de mi planteamiento, arremetieron, agresivamente, contra Le Corbusier, un icono indiscutible de la arquitectura y el urbanismo del siglo XX. Tal vez el mensaje más risible es uno según el cual Le Corbusier no hubiese hecho un “proyecto tan bien pensado como Ciudad Mallorquín”. Asombroso. Esto es como para una antología de la estolidez. Le Corbusier, quien aportó una serie de obras reconocidas como Patrimonio de la Humanidad, habría sonreído sardónicamente ante tal necedad.
Le Corbusier fue un visionario polémico. María Cecilia O´byrne, arquitecta de la Universidad de los Andes, doctora en Proyectos Arquitectónicos de la Universidad Politécnica de Cataluña y estudiosa de la obra de Le Corbusier, dijo que este hombre (autor de grandes planes para numerosas ciudades, entre ellas Bogotá y Buenos Aires) era tan “avasallador” que frente a él cualquiera se podía sentir “como torpe, como tonto” por su caudal creativo.
Mi hija Daniela, magíster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires, me compartió un excelente texto que recoge reflexiones de Le Corbusier a su paso por la capital argentina en octubre de 1929. En una de sus conferencias, propone una ciudad moderna cubierta de árboles: “Es una necesidad para los pulmones, es una ternura en consideración a nuestros corazones, es el condimento mismo de la gran plástica geométrica introducida en la arquitectura contemporánea por el hierro y el cemento armado”.
Atacan a Le Corbusier. Lo descalifican. Pero no dicen que para este genio suizo-francés, referente de la arquitectura mundial, la naturaleza debe estar “en el corazón de nuestras ciudades inhumanas”.
Mi hija Daniela me ha ayudado a entender la dimensión del derecho a un urbanismo amigable con la naturaleza en una frase de Chesterton, el escritor y filósofo británico: “defender lo obvio, como que el pasto es verde, se convierte en un acto revolucionario”. Subversivo, diría yo, a los ojos de quienes se sienten interpelados por sus ultrajes ecosistémicos.
@HoracioBrieva