El pasado domingo 10 de agosto falleció en nuestra ciudad Bertha Benedetti de Carbonell, o Berthica, como la llamábamos cariñosamente todos aquellos que tuvimos la fortuna de conocerla.
Las páginas de este diario le dedicaron múltiples reseñas, todas llenas de gratitud, recogiendo múltiples testimonios del afecto que despertaba. También fueron destacados varios de los logros que definieron su vida profesional, especialmente en su rol como periodista deportiva. Eso no fue poca cosa, pues en aquellos momentos en Barranquilla —incluso en Colombia—, era verdaderamente inusual que una mujer se dedicara a tales asuntos. En ese sentido marcó un precedente importante, previo a la renovada ola de feminismo que vendría después y que ya ha normalizado significativamente, por fortuna, la presencia de periodistas y presentadoras en los escenarios informativos del deporte. Además, fue la primera mujer que dirigió nuestra fiesta emblemática, el Carnaval, haciendo un gran papel y constituyéndose así en una feminista sin discurso, enseñando con el ejemplo que las capacidades de las personas no dependen de su género, sino de su talento, persistencia y compromiso; cualidades que exhibía en todas sus iniciativas.
Sin embargo, quizá su rasgo más sobresaliente era, al mismo tiempo, una de las características más necesarias para el devenir de nuestras interacciones sociales. Me refiero a su extraordinaria franqueza, transparencia y honestidad. Con Berthica no había términos medios.
Eso es una virtud. La franqueza inspira confianza, pues en quien la ejerce no hay disfraces ni dobleces: su palabra refleja lo que siente y lo que piensa, y cualquiera que trate con ella eludirá la sorpresa. Esa transparencia —que no se puede confundir con grosería ni con descuido—, es una señal de coherencia que evita la sospecha y el desgaste de las interpretaciones ambiguas, tan comunes y fastidiosas en quienes se escudan detrás de una sonrisa ladina y de un saludo hipócrita. Frente a la falsa cortesía, la franqueza es un acto de lealtad hacia los demás y hacia uno mismo, y me atrevo a decir que también es una característica que comulga con la idea del talante costeño, que Berthica tanto defendió.
A Berthica la recordaré como una mujer generosa, leal, cariñosa y alegre, desde luego, pero sobre todo por haber sido una mujer franca. Cuánta falta hacen personas así, que te miren a los ojos y te digan lo que piensan. Creo que el mundo sería un mejor lugar si todos nos animásemos a seguir su ejemplo.
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