Llevamos ya varios años plagando las páginas de algunos medios de comunicación y de las redes sociales con opiniones cruzadas sobre el desarrollo de Ciudad Mallorquín. De vez en cuando se cuelan hechos y datos, que son los que verdaderamente importan, pero también hay muchas posturas que se sustentan en percepciones y conclusiones tendenciosas. Eso no está mal. Al fin y al cabo, el debate enriquece y eventualmente se va destilando la información hasta alcanzar consensos, o hasta que el olvido y nuevos afanes ocupen el interés. En este momento, cuando el sector ha empezado a configurar su modo de vida, cuando ya hay miles de personas establecidas en el nuevo barrio y continúa el avance de proyectos institucionales y de vivienda, vale la pena sumarse al foro.

Es llamativo que, ante tantos inconvenientes que acosan otro sinfín de sectores de nuestra ciudad, persista la intención de juzgar el desarrollo de Ciudad Mallorquín con señalamientos alarmantes, tendiendo un manto negativo sobre una intervención que se ha ejecutado con juicio y ajustada a las leyes y normas que la rigen. Los problemas ambientales y de movilidad del área metropolitana de Barranquilla no se deben a este tipo de desarrollos, legales y cuidadosos, sino a un histórico desorden que solo hasta hace poco se ha intentado remediar. Creo que las prioridades deben revisarse.

Si existe una verdadera preocupación por el futuro de la movilidad, no la veo manifestada en vigorosos reclamos defendiendo la construcción de andenes dignos, el fortalecimiento del sistema de transporte masivo, ni en demandas para habilitar nuevos carriles exclusivos para los buses de Transmetro; las únicas estrategias que podrían ayudarnos en el mediano y largo plazo.

Tampoco he visto protestas clamando por un alivio ante los daños ambientales que existen en los asentamientos informales, que son varios, ni poniendo en juicio la indiscriminada acumulación de basuras a cielo abierto en todo el territorio, o el descontrolado vertimiento de residuos tóxicos en los arroyos y cauces de agua. Un paseo por las zonas más desamparadas de nuestra ciudad nos brindaría sin duda una nueva perspectiva sobre los problemas que merecen atención continua.

No se debe buscar la fiebre en las sábanas, como reza el refrán popular. El desarrollo formal y vigilado, aunque no está libre de impactos, no constituye el problema fundamental. Es la informalidad, el desapego a las normas, la indisciplina ciudadana, las precariedades en infraestructura que invitan a comportamientos de subsistencia y la falta de control, entre otras cosas, lo que causa el verdadero deterioro en la calidad ambiental. El problema no es Ciudad Mallorquín.

moreno.slagter@yahoo.com