Los grados universitarios transcienden la esfera de las celebraciones sociales. Son rituales con siglos de historia que representan un paso disruptivo en la vida de una persona y en su vínculo con la sociedad. Desde las primeras universidades medievales, el acto de conferir un grado implicaba mucho más que validar conocimientos. Era una forma solemne de decir: esta persona está lista. Lista para ejercer un saber, para asumir una responsabilidad pública, para convertirse en parte activa de una comunidad profesional.

Estas ceremonias también tienen una dimensión simbólica que hoy parece contracultural. En tiempos de inmediatez, de atajos formativos, de cursos cortos orientados exclusivamente al mercado laboral o a monetizar, detenerse a celebrar un grado es reafirmar que hay caminos largos que por supuesto valen la pena. Que hay saberes que no pueden comprimirse ni simplificarse. Que hay profesiones, como la medicina, la enfermería y la odontología, que exigen años de preparación y, sobre todo, compromiso con la humanidad.

Hoy hay grados en Ciencias de la Salud en la Universidad del Norte, y para mi tienen un especial significado por tres razones. La primera es personal: mi hija se gradúa como médica, junto a cerca de 110 compañeros, después de haber atravesado una etapa formativa marcada por la adversidad. Empezaron sus estudios con entusiasmo, y muy pronto se les cruzó la pandemia. Una prueba que cambió las reglas del juego: interrumpió clases, transformó hospitales, alejó a los pacientes, exigió resiliencia emocional y capacidad de adaptación.

No fue solo un reto académico. Para muchos, significó la pérdida de familiares, el distanciamiento de sus pares, la incertidumbre acerca de si lograrían terminar. Y, sin embargo, siguieron. Esa persistencia, ese negarse a detenerse incluso cuando todo parecía estar en pausa, es el primer gran mérito de esta nueva generación de profesionales.

La segunda razón tiene que ver con una forma concreta de justicia social. En esta ceremonia se gradúan jóvenes que, sin los programas de becas y apoyos financieros de la Universidad del Norte, una de las mejores del país, difícilmente habrían podido acceder a una carrera en el área de la salud. Estos mecanismos institucionales no solo reconocen el mérito y acompañan el talento: abren las puertas a estudiantes de excelencia que, de otro modo, habrían quedado fuera del sistema. Verlos cruzar el escenario para recibir su título es prueba viva del impacto que puede tener una universidad comprometida con la equidad y la movilidad social.

La tercera razón es una inspiración compartida. Este grado contará con la presencia del médico cardiólogo y nadador Juan Gabriel Acosta, egresado de esta misma casa de estudios, que cruzó a nado el Canal de la Mancha. No lo hizo por gloria personal. Lo hizo para recaudar fondos y apoyar programas dirigidos a niños con discapacidades. Su ejemplo, puede expresarse desde la acción social, desde la empatía activa, desde un compromiso que va más allá de lo profesional.

Todo esto sucede hoy en la Universidad del Norte, en donde se forman ciudadanos capaces, sensibles y comprometidos con un sello de excelencia que traspasa fronteras. El encuentro de hoy reúne resiliencia humana, justicia social y ejemplos de inspiración, resultado de una visión institucional clara y coherente, con propósito e identidad Caribe.

Termino extendiendo felicitaciones a los graduandos y a sus familias, éxitos en este nueva etapa de sus vidas.

@hmbaquero

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