Recientemente, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) publicó un estudio que advierte sobre cómo el uso excesivo de herramientas como ChatGPT puede afectar el pensamiento crítico y la capacidad de razonamiento. Según los investigadores, quienes delegan tareas cognitivas a estas tecnologías tienden a desconectarse de sus propios procesos reflexivos.
Este hallazgo me llevó a preguntarme lo siguiente: ¿podría el arte, en un futuro no tan lejano, reducirse a simples comandos que una inteligencia artificial traduce en imágenes?
Sin embargo, no creo que debamos caer en posturas extremas. La tecnología no es enemiga del arte; puede ser su aliada si aprendemos a integrarla con criterio y sensibilidad. El reto está en encontrar ese punto de convergencia donde ambas disciplinas se potencien mutuamente.
Un ejemplo de esta acción colaborativa es Van Gogh: The Immersive Experience, una exposición que ha recorrido el mundo desde 2017. Esta experiencia multisensorial utiliza proyecciones envolventes, sonido y realidad virtual para sumergir al espectador en el universo emocional de Vincent van Gogh.
Este tipo de propuestas tecnológicas nos permite acercarnos al artista de una forma más íntima, casi como si habitáramos sus pensamientos, permitiéndonos experimentar su obra desde una perspectiva más personal. Esto nos demuestra que la tecnología y el arte no son dos campos aislados, por lo que se debería reconsiderar la relación entre ellos. No se trata de elegir entre uno u otro, sino de utilizarlos de forma complementaria. Se trata de encontrar un equilibrio.
Porque, aunque todo parezca ir hacia lo automático, lo programado, lo inmediato… siempre tenemos la posibilidad de leer el mundo con ojos de arte.
Arq. Natalia Aguilar Yarala
aguilaryaralanatalia@gmail.com