Las democracias ya no se debilitan como antes; ahora lo hacen mediante la apariencia de decisiones constitucionales o a través del discurso de la representación popular. En este siglo, el debilitamiento de la democracia y, en ciertos contextos latinoamericanos, el establecimiento de sistemas dictatoriales se manifiesta a través de medidas que aparentan estar enmarcadas dentro de lo democrático, pero que en realidad son instrumentalizadas para erosionar el Estado de derecho y, por supuesto, para deteriorar la democracia misma.
La concentración del poder se ha sofisticado y logra mimetizarse con facilidad dentro de esta nueva estrategia, que se diferencia de las dictaduras militares latinoamericanas del siglo pasado, donde el uso de la fuerza era el recurso más común. Esto, por supuesto, dificulta que la ciudadanía pueda distinguir entre una medida genuinamente democrática y otra que no lo es, como cuando se convoca una “Asamblea Popular Constituyente” que utiliza el lenguaje de la participación democrática y que, en teoría, implicaría la manifestación máxima del poder soberano.
Este fenómeno ha sido descrito con claridad por José Mauricio Gaona en su artículo “Democratic Blending: The New Model of Dictatorships in Latin America”, en el que plantea la tesis de una “hibridación democrática”: una transformación encubierta de las instituciones democráticas que permite a gobiernos elegidos, aunque progresivamente autoritarios, beneficiarse de la apariencia de democracia mientras instauran las normas que legitiman sus dictaduras.
De manera similar, Allan R. Brewer-Carías lo analiza en el caso venezolano en su reciente libro “Sobre la kakistocracia depredadora y el populismo constitucional”, donde expone cómo, desde 1999, se ha producido un falseamiento del Estado de derecho y de las instituciones democráticas y constitucionales, sustentado en la mentira política. El caso venezolano, como bien lo demuestra Brewer-Carías, refleja cómo, a través de instituciones que en apariencia son democráticas, el régimen de Nicolás Maduro ha logrado el control total del poder público.
Esa “ilusión democrática” a la que se refieren tanto Gaona como Brewer-Carías no es exclusiva de gobiernos de izquierda. También se manifiesta en El Salvador, donde la reelección inmediata del presidente estaba expresamente prohibida por la Constitución. En este caso, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia —controlada de facto por Nayib Bukele— reinterpretó el artículo que prohibía la reelección, en un acto abiertamente contrario tanto a la democracia como a la Constitución del país.
En Colombia, este debate cobra cada vez más relevancia a raíz de las declaraciones del presidente Gustavo Petro y su gobierno, en particular en torno a la posible convocatoria de una Asamblea Constituyente. No es lo mismo la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, cuya iniciativa vino directamente de la sociedad civil, que una Constituyente promovida por un gobierno de turno con el objetivo de acumular poder o perpetuarse en él.
Recomendación para este festivo: además de las lecturas ya mencionadas, vale la pena leer “Cómo mueren las democracias” de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, un libro que muestra cómo las democracias contemporáneas rara vez mueren por golpes militares o revoluciones, sino por el debilitamiento gradual de sus instituciones desde adentro.
@tatidangond