En Colombia a veces nos cuesta reconocer lo que sí funciona. Pero hay que decir que esta semana las instituciones sí respondieron y nos dieron esperanza. El Consejo de Estado suspendió el decreto que pretendía convocar una consulta claramente ilegal, y el Congreso, presionado pero consciente de su deber, aprobó una reforma laboral con avances concretos. No se rompió la democracia; por el contrario, se activaron sus defensas.

Pese al ruido, las amenazas y los intentos de torcer las reglas, el país demostró que no se deja doblegar y que vale la pena mantener la fe. Si apoyamos la institucionalidad, hacemos valer los contrapesos y escuchamos más allá del grito, podemos lograr resultados distintos. La aprobación de la reforma lo demuestra: la política funciona cuando se legisla pensando en la gente. Y no fue un triunfo del Gobierno, sino un avance para los trabajadores. La clave no estuvo en el poder, sino en la escucha. Cuando se pone a la gente en el centro, el país avanza por el camino correcto.

Es momento de persistir en ese camino. No podemos olvidar el atentado contra un candidato presidencial, que nos devolvió a la Colombia del 89. Nos recordó que, 36 años después, seguimos en el mismo dilema: guerra o reconciliación. Y el Gobierno en vez de enfrentar tan delicada situación, prefiere mantenernos atrapados en su narrativa, alejando el foco de su fracaso, no solo en el cambio prometido, sino en garantizar lo básico: el orden.

Nos presentan una nueva tributaria como si no llevaran tres años manejando el presupuesto. Pero poco ha llegado a la gente, y dicen que es porque no hay con qué atender. Sin embargo, mientras la consulta popular que insisten en imponer costaría 750.000 millones, los alcaldes denuncian recortes de más de 1,5 billones en seguridad. Plata hay, pero el Gobierno solo está dispuesto a gastarla si le sirve para sostener su ficción.

Y proponen una constituyente como si el problema fuera la falta de normas. Cuando a todas luces lo que ha faltado es capacidad del Gobierno de cumplir, de traducir lo aprobado en resultados. Confundieron cambio con anuncio, reforma con discurso y consenso con gritería. Y eso nos tiene girando en círculos que ya recorrimos antes: la constituyente del 91 y tres procesos de paz, que 36 años después, nos devolvieron al mismo punto.

Otra reforma tributaria y una nueva constituyente no son las respuestas; son fachadas, cortinas de humo, más polarización. La respuesta está en que asumamos una actitud distinta: votar distinto, dialogar distinto, exigir distinto. Que cada ciudadano sea vigía de la democracia. No hace falta ser político para cambiar el rumbo. Basta con no quedarse callado, con no tragar entero, con no repetir el libreto que conviene al poder de turno. Porque si algo nos enseñó esta semana, es que Colombia no está perdida, pero necesita que estemos despiertos.

@miguelvergarac