Comenzaron los cabildos, impulsados por Petro, llamando a la calle como si no fuera él quien gobierna. Lo hace para desligarse del descontento, que en buena parte tiene que ver con su propia incapacidad de gobernar. Pero se esconde poniéndose del lado de la gente, echándole toda la culpa al Congreso y poniendo en el banquillo a una institución que casi nadie defiende. Encontró el enemigo perfecto.

Pero los legisladores no están en esa silla por un discurso. Están ahí por años de promesas rotas y reformas que nunca llegaron. La gente está cansada. Quiere que se pongan en sus zapatos, no en los del presidente, ni en los de los gremios. Las reformas no son de partidos, son una deuda con la ciudadanía, y el Congreso tiene la obligación de asumirla con empatía.

La reforma laboral fue la gota que rebosó la copa. Y Petro, inteligente, la usó para romper el vaso. Pero la vida da segundas oportunidades y se revivió la reforma laboral. Después del hundimiento de la consulta popular, ver a algunos congresistas celebrar fue desconcertante, como si esto se tratara de contar cuántas ganamos tú o yo. Si no avanzamos perdemos todos. Por eso son valiosas las señales de voluntad: el anuncio de la Andi aceptando ajustes, o los avances en la Comisión Cuarta y sus senadores, que este lunes radicará ponencia con jornada nocturna desde las 7 pm., recargos dominicales y reglas claras para plataformas. Eso es lo que se espera: concertación rápida, seria y sin excusas, pensando en los trabajadores.

Y tampoco se trata de aprobar todo lo que diga Petro. El Congreso y el país no pueden dejarse presionar con reformas que no funcionan. Ya lo vimos en salud: el modelo piloto con los maestros ha sido un desastre. Según Fecode, las quejas subieron un 600 % en dos semanas y hay 800.000 personas sin atención. El Congreso no está para castigar al Gobierno por una reforma mal planteada, está para corregir lo que no funciona. Y eso exige más trabajo, y, sobre todo, empatía con quienes más lo necesitan.

Petro seguirá convocando cabildos y tratando de controlar la narrativa, presentándose como quien sí escucha. Aunque muchas de sus propuestas no funcionen, al menos las plantea. Y eso le sirve. Pero esa narrativa también es peligrosa: si el Congreso no actúa se refuerza la idea de que solo desde la calle se puede transformar al país. Y eso mina la legitimidad de las instituciones, que se han construido con esfuerzo durante cien años.

Aún queda tiempo. Treinta días de legislatura para demostrar que representar no es solo votar. Que sí se puede escuchar, negociar y legislar pensando en la gente. Y, sobre todo, que quienes nos representan todavía pueden ponerse en los zapatos del otro. El país los está mirando.

@miguelvergarac