Las movilizaciones de la izquierda el primero de mayo fueron muy pobres. Según el mismo MinInterior, apenas 65 mil personas participaron en todo el país, lejísimos de los diez millones por los que clamaba Petro. El grueso, además, fletados con nuestros impuestos: indígenas, sindicalistas del Estado, funcionarios públicos y contratistas.
Lo importante, sin embargo, estuvo en el discurso de Petro. Señala de manera expresa e inequívoca la ruta escogida tanto por lo dicho como, aún quizás más relevante, por los simbolismos.
Por un lado, Petro insiste en reducir el “pueblo” a esa fracción minoritaria del mismo que lo apoya, en enfrentar ese grupo a los demás y en descalificar con los más infames adjetivos a quienes no lo acompañamos. Hasta aquí, más de lo mismo. Ya sabíamos que a él le importa un comino que el Presidente “simboliza la unidad nacional”.
Por el otro, Petro amenazó sin miramientos al Senado. Sostuvo que si los senadores “votaran no a la consulta, el pueblo de Colombia se levanta y los revoca”. Dentro de las funciones de la cámara alta está avalar la convocatoria a una consulta popular. Es su derecho no aprobarla si la considera inconveniente o inoportuna o ambas cosas, como en este caso. Además, la revocatoria del mandato opera solo en relación con gobernadores y alcaldes. Un congresista no puede ser revocado. Petro sabe ambas cosas, de manera que su alusión a un levantamiento contra los senadores no puede entenderse sino como el anuncio de un acto violento contra ellos. No es la primera vez que Petro desconoce la independencia y autonomía de las otras ramas del poder público. Pero ninguna intimidación como la reciente.
Con todo, lo más grave y preocupante vino con los símbolos. Más allá de la imitación barata que hizo de Chávez, el abuso de la espada de Bolívar era previsible. Lo nuevo fue el uso de la bandera de “guerra a muerte” que Bolívar asumió en 1.813. Planteaba el “exterminio” de los españoles y aceptaba el uso de cualquier método y medio para alcanzar el objetivo, incluyendo el asesinato de civiles y toda clase de violaciones al derecho de la guerra. Nada, absolutamente nada de lo cual enorgullecerse.
Petro no solo no dudo en enarbolar la nefasta bandera, en una preparada puesta en escena, si no que se tomó el tiempo en explicarla y la usó en su ejercicio desenfrenado de agresiones verbales. ¿Una fantochada? Es posible, Petro es un fanfarrón. Pero puede también ser una advertencia. Y mal haríamos los demócratas en ignorarla porque, además, se suma a los múltiples mensajes y acciones previas que advierten la intención de la izquierda radical de quedarse en el poder.
El desafío obliga a prepararse para derrotarlo. Hemos soportado y triunfado frente a peores desafíos, los de Escobar y los extraditables, los “paras” o las Farc de principios de siglo. A Petro y sus hordas habrá que demostrarles que los demócratas somos la inmensa mayoría del pueblo colombiano, que no les tenemos miedo y que si se asoman en el camino del autogolpe o en el de promover la violencia de los suyos contra los demás, su destino será, en el mejor de los casos, el de Castillo en el Perú.
@RafaNietoLoaiza