Los cambios, es bien sabido, son traumáticos, y por ello no deben implementarse de súbito, sino gradual y, claro, con procesos de adaptación. Lo que desvió a Petro fue precisamente que sólo le llegó la idea, un borrador que su errática mente no supo implementar, así que sus cambios fracasaron. Es que es muy difícil entender que los cambios forman parte de una evolución y que, al igual de lo ocurrido con la cantaleta petrista del cambio climático, modificar las propias convicciones para aceptar que las temperaturas comenzaron a cambiar desde la era del hielo y que el calentamiento global no se detiene ni se detendrá, así desde el gobierno inventen reglamentos.
Ocurre también en lo cotidiano. Para los abuelos era impensable que las damas vistieran pantalones vaqueros, porque enaguas y faldas eran prendas obligatorias para su género; pero la comodidad y la moda se impusieron, las enaguas desaparecieron, y las faldas, que ellas se ven tan bellas vistiéndolas, pasaron a ser prendas formales y de etiqueta, hasta que un nuevo cambio las generalizó reduciéndoles el tamaño a niveles asustadores. Antes, encontrarse con un viejo amigo era un evento apacible y de fluída conversación donde preguntar por la esposa y los hijos, con nombre propio, señalaba cierto interés por el interlocutor. Hoy no. Se corre el riesgo de quedar mal y desinformado porque la mencionada ya no es la esposa, se separaron hace rato, y ahora tiene una “compañera permanente” que oficia como cónyuge, aunque su permanencia sea incierta. Hasta miedo da preguntar por los hijos, o si la “ex” tiene también su nueva pareja, que seguro se llevan muy bien, está aceptado como común que los hijos se contabilicen “los tuyos, los míos, y los de ambos”. Antes se registraban fiestas de celebración de los cincuenta años de casados. Eso desapareció. Los cambios se reflejan en sorprendente duración cuando una pareja permanezca quince o veinte años juntos ya sean o no casados formalmente. Porque han entrado en desuso hasta las bodas. Antes, para las jóvenes era una especie de soñada ilusión caminar hacia el altar con su blanco vestido. Eso también cambió, pues se van a vivir juntos, a probar. Hasta frecuente se ha vuelto una boda entre el mismo género, y la gente lo mira como algo tan común, que hasta portada les dan en algunos medios, y ¡hay de aquél que los satanice!
Para los abuelos, es sapo difícil de tragar. Toca acudir a digestivos y, así se trate de aquél aceite de ricino, someterse a la modernidad.