Aún no salgo de mi asombro. Se sabía que se iba a tirar la casa por la ventana, pero esa vitrina y al mismo tiempo espejo de la ciudad que nos regalaron el 19 de julio realmente fue inesperada: un espectáculo limpio, fluido, con una estética impecable; fue un producto bien preparado y ejecutado gracias a un equipo de producción efectivo y en sincronía con un guión conceptual fuerte, creativo e inteligente.

Disfrutamos de una puesta en escena contemporánea con acceso a una tecnología perfecta para el momento que vivimos, lleno de esperanza en el crecimiento de una ciudad con sueños que se parecen a las proyecciones que se hicieron en el suelo del estadio. Sueños de un pasado, presente y futuro que aumentaban y complementaban las ideas, los cuerpos, los colores, la música, todo sin alejarse de un concepto que tenían una gran diversidad dentro de la unidad de la propuesta artística.

Comenzaron con un video que situaba a la ciudad en un futuro, haciendo homenaje a la novela titulada Barranquilla 2132 de José Antonio Osorio Lizarazo, novelista y periodista nacido en 1900 en Bogotá, quien fue uno de los primeros directores de EL HERALDO. Esto, a través de un video corto, que a su vez inicia un diálogo que recorre el show, con otro homenaje a Stanley Kubrick. Un futuro que mira al pasado, con otro guiño al cine con la luna de Mèliés y de Esther Forero, situándonos no en lo local sino en lo global.

Con rock, se transformó el tema tan barranquillero de Forero, dándonos un impulso a entendernos como algo más que carnaval, aunque el carnaval sigue presente, pero no como eje principal del espectáculo. Esto lo vimos en una cuidada dirección musical y a través de un vestuario, arreglos de cabellos, tocados, en los cuales no dejaron pasar ni un detalle que nos sacara de la cuidada propuesta estética.

Todo lo que allí sucedió encendió el corazón de los asistentes y de quienes vimos la transmisión en vivo. Era un momento de orgullo verdadero. La ciudad nos estaba devolviendo una imagen de nosotros de una manera a la que no estamos acostumbrados. Todo el tema de la formación de la ciudad por ribereños, negros libres, inmigrantes de todo tipo, nos hacía valorar más lo que somos, en este mundo tan lleno de odio a los inmigrantes.

Como epílogo, Shakira, transnacional intérprete de nuestros movimientos, nos regaló verla descalza, como en sus inicios, con un bello vestido de otro diseñador barranquillero, Juan Carlos Obando. Un vestuario que le permitía la libertad de movimiento que se necesita para que pudiéramos seguir leyendo las señales de su –nuestro– cuerpo. Entró su epílogo en medio de un silencio y una oscuridad que presagiaban que otra diosa globalizada bajaría hasta este suelo donde a veces se nos olvida que la alegría, en el futuro ya muy cercano, habrá que cuidarla.

Tener un romance con Barranquilla, como en el poema de Meira que se escuchó durante la ceremonia, es completamente necesario en este momento. Hay que cuidar lo que tenemos, lo que hemos producido y pensar en un futuro que es más cultura, más arte, más educación, más deporte, más que cemento.