Caminando en alguna ocasión por las calles de ciudad de México, tuve la inesperada felicidad de encontrarme en un puesto de revistas con antiguos ejemplares de historietas ilustradas que fueron la principal lectura de mi infancia y que en esa época fueron conocidas con el nombre genérico de ‘paquitos’. La revista Paquito, que da su nombre a este tipo de comics, surgió en México durante la primera mitad del siglo pasado, probablemente hacia 1935. Esta publicación estaba dirigida principalmente a un público infantil y juvenil. Su periodicidad, inicialmente semanal, llegó a ser diaria y alcanzó la cifra de 320 mil ejemplares a finales de la década de los años treinta.

Aunque dependían en parte de las historietas norteamericanas, algunas de estas publicaciones se basaron en héroes concebidos por autores locales. Tal fue el caso de Chanoc: una historieta que en un principio había sido concebida como un guion cinematográfico. Chanoc era un joven pescador cuyo nombre fue tomado de la mitología maya y sus aventuras estaban siempre acompañadas de los consejos de su bigotudo maestro y padrino Tsekub Balovan. ¿Quién no leyó en ese entonces las travesuras de Memín Pinguín y sus amigos Ernestillo, Carlangas y Ricardo? ¿Quién no amaba y temía a Eufrosina, la madre de Memín? Una madre afectuosa y estricta con su travieso hijo, al que castigaba con una temible tabla que tenía un clavo en la punta. Esta publicación, creada en 1943, fue un icono de las historietas mexicanas y una exaltación de los valores familiares y la amistad.

Los héroes indígenas no estuvieron ausentes de los comics de la época, como Turok, el guerrero de piedra, Aguila Solitaria y, especialmente, Almagrande. Este personaje, creado en 1961, era un indio yaqui huérfano, criado por una manada de coyotes, que defendía a los pueblos fronterizos del norte de México de los abusos del poder. Los luchadores también tuvieron un espacio propio en las novelas ilustradas, como El Santo, el enmascarado de plata, que en sus aventuras se enfrentaba a momias, asesinos demenciales, vampiros y científicos enloquecidos buscando siempre el triunfo de la justicia y la ley.

Los llamados paquitos estimularon la pasión por la lectura en varias generaciones y el gusto por los dibujos artísticos a través del goce narrativo y visual. Ellos hicieron muy gratas las horas del ocio en nuestra infancia y aguijonearon la capacidad de emprendimiento en muchos jóvenes que alquilaban estas historietas ilustradas en sus casas como un fugaz negocio vacacional. El especialista mexicano Alejandro Chaparro ha dicho que los comics aportan “un mundo de imaginación a los jóvenes, el cual crea una lectura de afición por algún personaje y se familiarizan con las historias que consecuentemente van experimentando en el lector la curiosidad, no sólo de leer sino de acercarlo a temas diversos que son mencionados en sus infinitos universos”.

Así cuando los jóvenes dicen “cuéntame otro ‘paquito’” deben saber que esta palabra no es sinónimo de mentiras, sino que implica la evocación deleitable de unas historias, unos guiones y unos dibujos surgidos de una fecunda creatividad.

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