A propósito de los días grises y el frío de locos que se vive en Bogotá, esta semana recordé en mi Facebook aquel viejo paseo vallenato de Julio Torres Mayorga llamado, precisamente, El aguacero. “Ábreme la puerta, mi nena,/Que me estoy mojando/Ya no aguanto má este aguacero/Me estoy congelando”. Unos cuantos paisanos me “corrigieron” por el inbox. Uno incluso anotó “de manera respetuosa”, esa fue la antesala: “mejor sigue escribiendo de gais (¿¿??), porque de vallenatos no tienes idea”. Así son de estúpidos y pedantes los ingenuos que se creen dueños de cualquier verdad y cuyas “ofensas” uno no contesta no porque el que calla otorga, sino porque ¿para qué?

El vallenato no es la música que oigo por instinto. De hecho, mi primera novela es una oda a la plancha y a la ópera; en el último que publiqué se escucha reggaetón y tango; y en el que publico el próximo semestre solo se oye electrónica. No soy experto en vallenatos, pero conozco bien la historia de mi tierra, y ahí está Líbranos del bien, y conozco, mejor aún, a sus personajes.

Julio Torres Mayorga no era vallenato, pero en su cortísima carrera (se ahogó en Cartagena a los 21 años), compuso paseos y merengues. Ninguno de los cinco músicos que siempre lo acompañaron habían pisado nunca pueblo alguno del Valle de Upar. Aun así, el conjunto se llamaba Los alegres vallenatos. Torres era bogotano y creció en el mismo barrio, y casi al mismo tiempo, que Juan Roa Sierra: en el Ricaurte. El aguacero fue su primer hit en la radio, pero el disco que lo consagró fue Los camarones, dedicado a la Reina Nacional de la Belleza de 1949, la barranquillera Miriam Sojo Zambrano.

El álbum, del sello Vergara, vendió 30.000 ejemplares (Bogotá tenía entonces 300.000 habitantes). Torres era una mina de oro y Vergara le pagó $200 por la exclusividad de un año. Los camarones, en ritmo de merengue, lo catapultó a la fama al punto de que la revista Semana le dio portada. Fue la primera vez que la música vallenata recibió ese honor en un medio de la capital. “Un joven bogotano estudiaba en su casa una nueva lección del curso de ingeniería que recibe por correspondencia. Quiso fumar, pero se le habían acabado los cigarrillos.

Preguntó a su abuelita, Berenice Torres, 65, pero no tenía. Salió a la esquina a comprar Pielroja y se entretuvo charlando. Regresó a su casa y, como no llevaba consigo las llaves, golpeó a la puerta. En esas se desgajó un aguacero tremendo. Mi abuelita no me abría y yo me estaba mojando. Mientras seguía llamando, se me vino a la cabeza el aire”. Así comienza el texto que escribió Belisario Betancur para la edición de Semana del 30 de diciembre de 1950.

Julio Oñate Martínez, una de las tres personas que más sabe de vallenatos, afirma que Torres, Buitrago y Diomedes “son los tres más grandes talentos populares que ha dado el país”.

Buitrago era de Ciénaga, de padre antioqueño y, como Torres, murió antes de los 30. Es curioso que entre estos tres que tanta gloria le dieron al vallenato, solo uno nació en la región del Valle de Upar.

@sanchezbaute