Llevo algunas semanas controlándome porque tengo la sensación de estar convirtiéndome en una especie de Catón costeño de adopción cuya diversión es afear las faltas de conducta ajenas. Cuando las propias son muchas y no las publico en el periódico. Pero es que hay límites. Y llega el momento en que uno no puede más. ¿Alguna injusticia lacerante? ¿Tal vez los que me escriben denunciando los casos de compra de votos que han visto en fechas recientes? No, nada de eso supone novedad alguna, ni creo que haya quien se sorprenda de semejante desafuero. Pero, ah, el espantajopismo, el ansia viva de aparentar ser lo que no se es. Eso sí que creo que puede tocar el corazoncito de nuestros paisanos. ¿A qué me refiero? Al inglés, por ejemplo.

En mi país de origen la gente lo pronuncia fatal. Y eso los que lo hablan. Por lo general, los españoles no son capaces de decir dos palabras seguidas y, los que las dicen, las pronuncian como si la lengua de Shakespeare hubiera nacido en Valladolid. Sin embargo, aquí en la Costa la cosa es bien distinta. O sea, hablar lo que se dice hablar tampoco es que hable mucha gente. Pero pronunciar…, pronunciar se pronuncia que da gusto. Escuchas desde pelados a doñas diciendo Twitter o Facebook como si tuvieran acciones en la compañía y les fuera la vida en ello. Qué arte, qué delicia. Después no hablan ni palabra, pero pronunciar, pronuncian que es una maravilla.

Eso define al espantajopo: tratar de aparentar que se es mejor de lo que, en el fondo, se sabe que se es. En España pasa igual. En todas partes. En cada lugar tiene, sin embargo, sus peculiaridades y aquí una de ellas suele ser el inglés. El inglés y Miami. Todo aquel que se respete estuvo el último fin de semana en la bella ciudad gringa y le congratula informarnos a los demás, generalmente a voz en grito, bajo petición o sin ella, de los lugares tan cosmopolitas que visitó. Esta actitud es especialmente recurrente entre las clases altas que hace dos días eran medias o incluso populares y que buscan quitarse el olor a arepahuevo sea como sea. Uno de sus rasgos es la necesidad patológica de saltear su discurso con palabros pronunciados en magnífico inglés. Ni Tennyson en sus mejores días.

Pero eso serán casos particulares, me dirá usted. Por supuesto. Aislados incluso. Eso piensa uno en su inocencia hasta que una hermosa tarde camina por la 53 con la 94 y se da de bruces con una gloriosa valla publicitaria que anuncia la construcción de un estadio de Softboll. ¿Qué es el softboll? Ni idea. En inglés es softball. En español podría ser sóftbol. Pero softboll nadie sabe lo que es. Nadie, menos los perpetradores de la valla, es de suponer. En este orden y según la propia valla indica: la Alcaldía de Barranquilla y Coldeportes. Lo que les decía: espantajopismo oficial y pagado con dinero público. O por decirlo en inglés: ‘espantajopation’. ¡Ah, por cierto! La semana que viene hablaré de cosas que sí me gustan. No todo va a ser gruñir.