María Luisa vive en la falda de la montaña en el pueblo de Boavita en Boyacá; le gusta usar falda y no pantalón, aun cuando vaya a ordeñar la vaca o cuando hace labores del campo. Pero las faldas que usa y el pueblo retrógrado donde habita son culpables del sufrimiento que la aqueja, por ser una persona diferente: nació con cuerpo de hombre, pero siempre ha soñado con ser mujer.
Cuando se filma el documental María Luisa tiene 45 años, y hace un recuento de las distintas etapas de su afligida existencia, marcada por secretos familiares y prejuicios sociales que la han discriminado, aislado y culpado por un crimen del cual no es mas que víctima inocente.
Si la Santísima Virgen, su única compañía, su única esperanza, su salvación, y su refugio, usaba vestido, ¿por qué ella no lo puede usar? Se pregunta. Pero a María Luisa la obligaron a ponerse pantalón, sobre todo para ir al colegio, donde solo alcanzó a estar escasos tres meses.
La mamá, María Patrocinio Burgos, que en realidad se enteró después era su abuela, la sacó de la institución por los ataques epilépticos que sufría, y los profesores no supieron diagnosticar. La consideraron poseída por el demonio y se quedó sin educación, encargándose de labores domésticas y del campo, aislada de todo tipo de contacto social.
Recordando escenas del campesino en Padre Padrone (1977) de Pablo y Vittorio Taviani, María Luisa se limita a comunicarse con los animales y la naturaleza. Su condición la convirtió siempre en motivo de burla y de ataque por parte de cualquiera que se topara con ella, y la infancia y la adolescencia resultaron dolorosas y traumáticas. Pero su trágica experiencia también le sirvió para fortalecerla y poder sobrevivir siendo quien es.
Su abuela la escondía cuando llegaba gente a la casa, y su comportamiento, era motivo de pena. Los rumores dicen que María Luisa fue fruto de una violación incestuosa. Gratiniano su padre, violó a la hermana, María de Jesús, cuando la llevó a Bogotá, y ante la vergüenza, abandonan la hija y la dejan en manos de la abuela.
María Luisa no tiene otra alternativa que refugiarse en la religión, la misma que se encarga de demonizar y rechazar su condición, y está convencida de que es la virgen quien le concederá el deseo de convertirse en mujer.
Doña Tránsito, otra vecina del pueblo, es la única persona que interactúa con ella, y no tiene reparos en decir frente a María Luisa, que es por lástima que la invita a desayunar todas las mañanas.
El documental, dirigido por Rubén Mendoza, originario de la región, y producido por Amanda Sarmiento, constituye un importante elemento de concientización acerca de un problema que estamos aun lejos de comprender y aceptar. Se presentó en el Festival de Cine de Cartagena, y sin caer en sentimentalismos ni melodramas transmite a cabalidad los extremos a los que se somete un ser como María Luisa en un medio reaccionario y poco incluyente.