En un equipo de fútbol —y de cualquier otra actividad— el enemigo más dañino de la convivencia y la cohesión y armonía es cuando el ‘yo’ elimina totalmente al ‘nosotros’.

Cada uno de los integrantes de un equipo tiene un objetivo personal, una razón por la cual luchar para su desarrollo y consolidación como profesional. Pero de ninguna manera ese propósito individual puede estar por encima del gran sueño colectivo. De la meta grupal que direcciona y modela los actos de todos.

Un buen jugador de equipo entiende que su aporte debe servir para que gane él y gane el equipo. Uno que no piense y diga lo que solía decir un amigo en mis tiempos de jugador: “Perdimos cinco a dos, pero yo hice los dos goles”.

Que entienda que él es complementario. Que sus condiciones y virtudes sirven siempre y cuando se mezclen con las de los demás. Un buen jugador de equipo sabe que el ego, en su justa medida, es necesario, porque lo empodera y estimula su autoestima, pero si no puede o administrarlo y cae en el egoísmo entonces es nocivo para el equipo.

Si cree que todo debe hacerlo él, si se cree más bueno en todo que el resto, entonces ese jugador se transforma en un problema para el clima laboral y las relaciones personales. Un buen jugador de equipo no personaliza en exceso los objetivos.

Hace unos días durante un partido del PSG, Neymar quiso ejecutar un penal cuando ya Cavani se aprestaba a cobrarlo. Si solo fue un inofensivo capricho del apasionado jugador, no hay problema. La cena y las disculpas que presentó a los compañeros alcanza para desdramatizar el hecho. Pero si su estrambótica transferencia, su arribo a París como casi un príncipe y su inocultable deseo de ser el ‘Balón de Oro’ por encima de Messi y Cristiano, lo hacen perder de vista su compromiso colectivo, probablemente la discordia y la maledicencia se apoderen del camerino del PSG.

Yo creo que Neymar aprendió a ser mejor futbolista durante los tres años que estuvo en el Barcelona. Su talento transgresor, irreverente y estético, pero algo exhibicionista, le dio paso a un brillante y más completo jugador. Más líder, más solidario, sin perder un ápice de su espectacularidad y capacidad goleadora.

Mejoró por Messi y Suárez y contribuyó a que ellos fueran mejores. Jugó para complacerlos y para complacerse. Y no tengo dudas de que si quiere ser el ‘Balón de Oro’ tiene que entender que solo se es el mejor cuando se hace mejor a los demás. Que entienda que el número diez que luce en la Selección y en el PSG quiere decir que son diez los que dependen de él: el equipo.