“Cambiaron incluso el significado normal de las palabras en relación con los hechos, para adecuarlas a la interpretación de los mismos. La audacia irreflexiva pasó a ser valor fundado en la lealtad al partido; la vacilación prudente, cobardía disfrazada; la moderación, máscara para encubrir la falta de hombría, y la inteligencia, incapacidad para la acción (...) Triunfando a merced del engaño conseguía como trofeo fama de inteligente. Y es que los hombres aceptan más fácilmente el adjetivo de listos cuando son unos canallas que el de cándidos cuando son hombres de bien”. Tucídides escribió casi en vivo y en directo La Guerra del Peloponeso, especie de guerra mundial de la época, en el siglo V antes de Cristo, a la que Atenas y Esparta arrastraron sus respectivas ligas de ciudades. Y con ella enseñó a todas las culturas descendientes de la Grecia clásica a hacer historia, no solo apegada rigurosamente a los hechos sino también interpretada a través de perspicaces análisis de la conducta humana. En esas frases citadas arriba nos deja un abrebocas de lo que en estos tiempos devendría en llamarse la posverdad.

Sus reflexiones incluyen otros temas con que nos flagelamos a diario con placer masoquista al suponerlos exclusivos de nuestra época y de nuestra sociedad. Como la corrupción: “Los vínculos de sangre llegaron a ser más débiles que los del partido, porque estas asociaciones no se constituían con vistas al beneficio público… y las garantías de recíproca fidelidad no se basaban tanto en la ley divina cuanto en la transgresión perpetrada en común”. Como la justicia al servicio de la política: “… y bien con una condena obtenida por un voto injusto, estaban prestos a dar satisfacción a la rivalidad del momento”. Y como el fanatismo: “La causa de todos esos males era el deseo inspirado por la ambición y la codicia; y de estas dos pasiones, cuando estallaban las rivalidades, surgía el fanatismo”.

Nos recuerda el escalamiento de las atrocidades en la guerra: “La muerte se presentó en todas sus formas y, como suele suceder en tales circunstancias, no hubo exceso que no se cometiera”. Y advierte sobre la violencia contra la oposición: “Los corcireos asesinaron a aquellos de sus conciudadanos a los que consideraban enemigos; el cargo que les imputaban era de querer derrocar la democracia”, como en Venezuela.

Sobre la inevitabilidad de toda esa gama de horrores sentencia: “Calamidades que ocurren y que siempre ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma”. Y que hoy siguen ocurriendo porque para efectos de cambiar nuestra naturaleza el tiempo transcurrido desde entonces, que parece largo, resulta corto. Tal vez por ello Sinuhé, el médico egipcio, ya mil años antes de Tucídides gustaba de repetir: “No hay nada nuevo bajo el sol”.

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