La historia me ha convencido de que la combustión espontánea solo sucede en las pacas de algodón, que en un momento cualquiera inician un fuego interno y pueden arrasar una bodega llena de ellas, pues cuando una se prende y el fuego sale a la superficie, ya no hay nada que hacer. Este pensamiento me viene cuando observo en las noticias la forma silenciosa y efectiva como cada día más jóvenes europeos y gringos se suman al terrorismo político en nombre del Islam. Cosa muy diferente al genérico y oprobioso “terrorismo islámico” con que líderes del mundo están refiriéndose a este fenómeno. Parece contradictorio pero no lo es.
Para comenzar, estos muchachos que se inmolan y masacran casi siempre han nacido y crecido en occidente, en ciudades y países que no les consideran parte de la sociedad sino un problema para esa sociedad, donde sus pieles más oscuras y los ojos grandes, así como sus costumbres culturales y familiares son consideradas inadecuadas, por decir lo menos, y, por tanto, les hacen sujeto de discriminación porque lo que se desconoce o es diferente a lo mío/lo nuestro, inmediatamente es considerado ofensivo y peligroso.
Pero nadie en la Europa o los Estados Unidos de hoy, en la sociedad del confort y la presunta igualdad, está en disposición de mirar en la historia de cuáles miércoles vienen los estiércoles que hoy los salpican y mucho menos a pronunciar un mea culpa. Sí hay quien diga y reconozca en los discursos que son tan ciudadanos como los demás, caso Obama y Hollande, pero en la práctica el sistema los mantiene relegados, apartados y temidos, mucho antes de que ellos hayan aprendido a orar con la frente en el piso.
Y estos jóvenes sí conocen su historia y han sufrido en carne propia lo que Europa y los Estados Unidos hicieron en los países de origen de sus abuelos y sus padres: para mayor comodidad en la explotación de sus riquezas, rompieron el equilibrio religioso que mantenía un califa-sultán con acierto, introdujeron gobernantes de diferentes religiones e iniciaron las guerras religiosas por el poder económico y político. De esa fragmentación vienen los horrores de hoy, la huella de occidente es palpable en todos los conflictos intestinos y externos de Oriente y África.
Así convirtieron a países ricos en tierra de miseria para sus ciudadanos y los obligaron a buscar en territorio del expoliador el bienestar robado que, por desgracia, nunca les fue devuelto. Por eso, varios de los detenidos en relación a atentados han hecho ese reclamo con rabia “Imbécil, yo soy alemán como tú” o “soy tan francés como ustedes”. Parece contradictorio pero no lo es, es una forma de recuperar la identidad perdida y cobrar venganza que nada tiene que ver con la religión, así su grito de guerra sea una invocación a Dios.
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