Es paradójico que la herramienta que tenemos para percibir y aprehender la realidad, el cerebro, sea algo en lo que no se puede confiar, porque este órgano de la economía humana al que se le atribuyen todas las funciones superiores para estar y ser en el mundo, es poco confiable a la hora de precisar lo que sucede ‘afuera’. Suena extraño, pero es biológico. Ya sabemos por las neurociencias que la consciencia del yo no está presente en el hombre primitivo porque en su concepción del mundo él era una sola cosa con la naturaleza a su alrededor; esta consciencia individual es adquirida y dependiente de la cultura. Uno de los constituyentes básicos de esa consciencia es la memoria y, dentro de ella, la memoria implícita, que nos influencia de manera relevante de forma inconsciente. Lo que se conoce como recuerdo, reconstrucción de los contenidos de la memoria, está bastante lejos de ser algo fidedigno y lleva a plantear que al cerebro le resulta más útil una historia que se pueda creer que la propia realidad, prefiere una mentira mejor que nada; al cerebro le importa muy poco cómo es la realidad circundante y solo le interesa cómo utilizarla para lo que considera fundamental para el organismo humano, que no es otra cosa que la supervivencia.

Así que cuando hablamos de realidad objetiva no podemos dar por sentado que esa realidad es la única y la misma que todos perciben, más bien, es mi realidad, una realidad individual y permeada por la cultura. Cultura que no inventé porque es producto de su propia evolución y nos ha traído hasta el día de hoy. Si es buena o mala depende de la lente del observador, quien también es actor, porque incide directamente en esos rasgos culturales y ayuda a construir esa cultura que se origina en nuestros cerebros.

En este punto, me pregunto: si yo percibo la realidad colombiana igual que mis paisanos, si mi cerebro me engaña lo suficiente para distorsionar lo que percibo como realidad. Lo que yo veo asusta y por eso me preocupa saber si los demás habitantes de este país no ven lo mismo. Esto es un hervidero permanente de situaciones que alcanzan niveles de irrealidad, porque son situaciones extremas contra la vida, cada una más escalofriante que la anterior, que dan una sensación de vivir en un país en verdad muy enfermo a nivel mental, crónico, con pronóstico reservado, porque los síntomas no mejoran y tienden a empeorar. Más allá del maquillaje de las ciudades, en nuestro país hay una cosa humana que se ve deteriorar en casi todos los escenarios de la vida cotidiana, con noticias perturbadas y perturbadoras que se reproducen una detrás de la otra creando un clima emocionalmente malsano.

Tal vez mi cerebro me engañe y estoy tan imbricado en esta cultura pesimista, que no veo nada en el horizonte que me anime a pensar que podemos armar una mentira para hacerle creer que cabe otra realidad en este país.

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