He sido despertado injustamente de un lindo e inolvidable sueño, en el cual nuestra gloriosa Selección Colombia mostró al mundo el evidente progreso individual y colectivo logrado por esta nueva y valerosa generación de grandes figuras internacionales.

Acaban de escribir con letras de oro la más bella historia deportiva jamás contada,cubierta con trazos de sudor y sangre dejados en los estadios brasileros por este grupo de colombianos que nos dieron felicidad y orgullo a 47 millones de corazones que por fin gritamos a una sola voz: ¡Colombia, Colombia!.

Con fútbol brillante, técnico, jugado con el alma en cada centímetro de la cancha y con la sólida disciplina táctica impuesta por el técnico Pekerman,estuvimos a la misma altura de los flamantes pentacampeones del mundo en su propia casa.

Cuánta pena troncar tan maravillosa actuación por una mínima distracción de marca en un tiro de esquina y teniendo que soportar un arbitro pusilánime de la madre Patria, tragándose las tarjetas amarillas en las 31 faltas cometidas por los cariocas y sin el valor profesional de expulsar al arquero Julio César en su falta penal sobre Bacca, tal cual como lo ordena el reglamento.

Cuánta satisfacción y orgullo poner al eterno ‘jogo bonito’ frente a su propio público a revolear cobardemente los balones a las tribunas y ver al soberbio Scolari, técnico brasilero, desesperado pidiendo tiempo ante la furia colombiana en los minutos finales.

Gloria a Dios y a nuestra Virgen del Carmen que les dieron la inspiración y protección para jugar cinco de los siete partidos que forman un Mundial, sentando una base sólida, convirtiéndose en una de las mejores ocho selecciones de la competición, con el mejor presente y un esplendoroso y brillante futuro.

Millones de gracias muchachos por mostrarle al mundo todo lo capaces que somos los colombianos cuando nos proponemos un gran objetivo. Tenemos una Selección para largos ratos, seguro que esto no termina aquí. Que Dios los bendiga. Sigan siendo felices Edgar les dice.