En la escala de valores de la sociedad en los países desarrollados, el deporte va ligado a la estructura de la salud y la educación, tal es su importancia.
En nuestro país, este renglón tan significativo está sumido en el atraso, en el olvido, sin dolientes, es decir anclado en el cuarto de San Alejo. La mayoría de los triunfos de nuestros deportistas, a través de la historia, obedece más a la lucha y al tesón individual, que a cualquier plan de trabajo estructurado, sistemático, por parte de la entidades gubernamentales. En estas lides todavía estamos en pañales gracias a la política de estado y al desinterés de nuestros gobernantes en esta materia.
La explosión jubilosa de un país que se emocionó hasta el delirio con el triunfo de los colombianos en el Giro de Italia, donde Nairo Quintana y Rigoberto Urán sobrepasaron lo imaginado, sirvió para mover los tentáculos oportunistas de las campañas por la presidencia de este país. Ahora cada uno reclama como suyo el triunfo de estos dos verracos colombianos, que estoy seguro que de política y promesas falsas no quieren saber nada. Pierden la noción de la realidad y se exponen ante estos gestos hipócritas a la burla de un país que sabe del abandono del estado para con estas cosas.
Criados con agua de panela y mazamorra cocinada en las casas con devoción materna, estos hombres nacidos de las entrañas del pueblo, curtidos por el sol de los campos con aroma a las verdes montañas, soñaron un día posarse en el pódium de los grandes en las encumbradas competencias europeas para alcanzar el sueño, tuvieron que “buscar tierra alta como la tanga” como dice el viejo adagio popular.
Esa manifestación con tintes de cinismo por parte y parte de quienes aspiran a gobernar este país, haciendo como suyos los logros ajenos, reflejan la desesperación que los invade por conseguir adeptos como sea.
Martin Cochise Rodríguez, que nunca ha tenido pelos en la lengua para decir la verdad sobre este olvido generalizado, aprovechó el momento para dibujar la soledad de quienes ayer fueron grandes y protestar por esas migajas que aparecen cada vez que San Juan agacha el dedo.
Qué bueno sería en estos tiempos promeseros, que el candidato del Centro Democrático juramentara ante notaría, como lo viene predicando, darle un revolcón total a este aparato deportivo obsoleto y politizado. Al candidato de la maquinaria y la chequera no le digo nada, porque él pertenece a esa estirpe política tradicional que nos ha sometido desde siempre a cien años de soledad.