Estoy muy apenado por no haber asistido a las exequias de Doña Leticia Juliao De Roncallo, esposa del Gran Rafael Roncallo y madre de Rafita a quien aprecio grandemente.

También me dolió mucho no haber podido acompañar a Mingo Martínez, barranquillero eximio y estoy conmovido por la reciente muerte de mis dos primos hermanos Roberto Dugand Roncallo y Álvaro Dugand Donado. Estos personajes de la Barranquilla que se nos fue, nos hacen meditar respecto de las buenas costumbres, la bonhomía, la cálida y afectuosa conducción que le dieron a sus vidas y al paralelismo existente entre las de ellos y otros barranquilleros insignes como Alfredo de la Espriella y José Víctor (Chelo de Castro). Razón tiene este último cuando al referirse a Mingo Martínez afirmó: “Se necesita ser barranquillero y sin tacha para ser marginado en su propio medio de toda distinción”.

Uno de los episodios recurrentes lo constituye la exclusión de los barranquilleros raizales respecto de la conducción pública.

Otras costumbres totalmente extrañas se enseñorearon en la administración pública, en el Congreso, en la Asamblea y lo que es peor en el Concejo de Barranquilla, organismos en lo que campea la mediocridad, la falta de señorío y en general, todas las virtudes y prácticas de la Barranquilla de antaño, podría decirse que somos extraños y especímenes raras, en la frondosa burocracia y en la ineptitud del parlamento y del Concejo de Barranquilla, por eso la Barranquilla que se nos fue parece no volver jamás, pues aquí, la cantidad superó a la calidad, por lo mismo, no me resulta extraño la triste decepción de Mingo Martínez, en cuanto a su aspiración de ser Rey del Carnaval de Barranquilla.

No se sabe cuándo surgirán los sociólogos y los historiadores que acuñen el diagnóstico del problema, en una ciudad que tuvo tres oleadas de inmigrantes; la primera, magnífica por sus ejecutorias, emprendidas por los alemanes, italianos y franceses que le imprimieron a Barranquilla su condición europeizante en el buen vivir, el señorío y el emprendimiento industrial y comercial.

También valdría la pena examinar el punto relativo a la influencia de la inmigración árabe, de libaneses, palestinos etc. Todos los cuales impactaron en nuestra conducta.

Y luego, examinar de qué forma la violencia política, a partir de 1948 nos trajo oleadas de santandereanos, antioqueños y gente del interior del país.

Es decir, que valdría la pena saber cómo y cuando esta mixtura en el origen de las personas es o ha sido determinante en nuestras respuestas sociológicas, en lo político, lo económico, lo social y lo criminal.

Esta podría ser una tarea para las universidades del Atlántico, Libre etc., que actúan entre nosotros y lo cual debería suponer una terapéutica posterior al diagnóstico, para lograr responder a la urgente necesidad de restablecer el imperio de la mejores tradiciones de Barranquilla.

Ojalá barranquilleros insignes como Alfredo de la Espriella y Chelo de Castro nos auxilien en la remembranzas de la Barranquilla, romántica y poética de Rafael Roncallo, Rafael Mejía, Mingo Martínez y Nacho Dugand, y de las buenas maneras de aquella Barranquilla, en donde las lides deportivas era la mejor expresión de las buenas maneras y la mejor educación posible.

Por Armando Blanco D.

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