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Con el barro hasta las rodillas el joven Argemiro Ríos caminaba junto a su padre en medio de los matorrales. Era de mediodía y el sol brillaba ardiente en el cielo cuando partieron desde su antiguo hogar hacia un nuevo sueño: el de una parcela propia.

Diez kilómetros de recorrido, plagados de animales, monte y humedad, los separaban de su destino, en donde ya levantaban los primeros cimientos de su casa. Era el año de 1957 y varios colonos se movilizaban hacia el mismo lugar, una enorme hacienda llamada Carrizal, ubicada al sur del creciente centro de Barranquilla.

Cuenta la historia que para aquel entonces, ilusionados por conseguir un lugar en dónde vivir, los primeros pobladores de Carrizal negociaron con la Alcaldía Municipal para poder asentarse en estas tierras, terrenos baldíos llenos de peligros desconocidos. Desde hacía meses que las primeras casas, chozas de lata, madera y paja, ya habían sido construidas sobre el paisaje agreste y montañoso de la zona.

La parcela, un pequeño espacio de tierra de unos pocos metros cuadrados, alojaría a Argemiro y a sus ocho hermanos, que peregrinaban casi diario junto a su padre. En aquel entonces, la violencia en el país había desplazado a un gran número de campesinos hacia las grandes ciudades. Barranquilla, como una perla que brillaba entre el mar Caribe y el río Magdalena, fue uno de los epicentros de este fenómeno, que cambiaría para siempre la división demográfica de Colombia.

A través de las ramas y los pozos, Argemiro y su familia llegaron a la tierra que nadie les prometió, pero que decidieron hacer suya. Julio César Ríos, su padre, convertía la madera en carbón y con los recursos que obtenía alimentaba a sus hijos. Él, al igual que los primeros colonos que llegaron a Carrizal, fueron los fundadores de un barrio que marcó un hito al ser una de las primeras zonas de invasión de la ciudad.

El barrio Carrizal, uno de los más poblados del suroccidente de Barranquilla, tuvo tres etapas de invasión, siendo la primera de estas en el año 1957. Las otras, en el 63 y el 65, ampliaron los límites de un sector que cobijó a centenares de familias que buscaban un lugar en el que asentarse.

Colonizador

Sentado en su mecedora, 62 años después, el viejo Argemiro cuenta emocionado su historia, pues es uno de los mayores conocedores de la expedición de Carrizal, como él mismo denominó a la invasión que ocurrió hace tantos años. 'Fue toda una aventura', dijo mientras se acomodaba en su asiento. 'Por acá había tigres, serpientes y un montón de monte. Contra todo eso luchamos'.

Con un sombrero blanco de alas coloridas, una camiseta blanca y unas pantuflas me dio la bienvenida a su hogar, ubicado a pocas cuadras de la iglesia de Carrizal y de la Esquina Caliente, uno de los sitios más populares del barrio.

Eran una familia pobre, contó, y pasaron muchas necesidades cuando llegaron al incipiente barrio. En ese entonces cursó hasta tercero de bachillerato, hasta el momento en que empezó a trabajar con su padre. 'Ya después, cuando empezaron a lanzar esos programas, validé el bachillerato', confesó Argemiro, quien estudia directamente de los libros de Derecho que tiene en su biblioteca.

'En aquel entonces apenas tenía 11 años y me tocó tomar una decisión: seguir estudiando o ayudar a mi papá en el trabajo. Él era carbonero, convertía la madera en carbón, y con eso nos sacó adelante a mí y a mis hermanos cuando nos asentamos en Carrizal', recordó Argemiro.

Su padre, uno de los colonos de Carrizal, falleció hace seis años, cuando ya había cumplido los 100. Argemiro tiene 71 y aspira llegar mucho más allá, pues asegura estar bien de salud y sin ningún tipo de complicaciones.

'Yo ya estoy bajo los designios de Dios', me dijo soltando una carcajada. 'Si mi papá llegó hasta allá seguramente yo me lo alcanzo también, pero en este punto estoy satisfecho con lo que he logrado'.

Carrizal

Al rededor de su casa, una construcción pequeña de paredes blancas, se levanta un barrio imponente, de callejuelas angostas y hogares de colores. Carrizal está sobre una loma, lo que hace que sus calles tengan pendientes inclinadas y curvas cerradas. En los murales hay grafitis, viejas pautas políticas y escudos del Junior, una de las pasiones más grandes de Barranquilla.

'En Carrizal viven cerca de 40.000 personas en 22 manzanas, lo que lo hace un barrio atractivo para la época de elecciones. A pesar de la problemática de inseguridad y los problemas con los servicios públicos la gente acá es tranquila, solo que hay cosas que uno quisiera que no pasaran', dijo Argemiro con la mirada perdida en el andén de en frente.

Para él,este barrio es más que la música que sale despedida de los picó y la inseguridad que azota a la comunidad. Argemiro, cuatro veces presidente de la Junta Administradora Local y hoy día secretario de la misma, habla del barrio como un ser vivo, pues habita en él desde su fundación.

'Esto por acá ha evolucionado mucho si se compara con como era cuando llegué con mi padre y mis hermanos. Unos años después de ese momento apenas salían de por acá tres buses hacia el centro, que era donde se movía la vida comercial de Barranquilla en ese entonces. Ya hoy afortunadamente hay más', contó sonriente.

Se considera un líder, aunque nunca le gustó la política 'porque es muy corrupta'. Es por eso que ayuda a los vecinos de la zona y los asesora en todo tipo de temas, desde demandas y tutelas por problemas con los servicios básicos hasta en la organización de viajes a las playas de Cartagena, 'para que la gente se relaje'.

Un mejor futuro

Sobre la situación actual de Carrizal, Argemiro hizo énfasis en las nuevas generaciones y en el 'poco civismo y la falta de pertenencia' que estas tienen. 'Hemos tenido problemas porque se han robado los cables de teléfono, acá y en muchas casas no tenemos líneas, estamos incomunicados', denunció.

A pesar de todo se muestra optimista, pues considera que el barrio 'ha mejorado bastante'. 'Todavía hay cosas por mejorar, como en todos lados, pero Carrizal también tiene su lado bueno y es una zona de gente trabajadora', dijo en la puerta de su casa, dispuesto a recorrer las calles como todas las tardes.