Mirando hacia el norte, a orillas del mar Caribe, y entre las vertientes del río Magdalena y el canal del Dique, se dibuja una línea triangular sobre el mapa del conflicto armado colombiano en el departamento del Atlántico. A tan solo 9 años de cumplirse el Acuerdo de Paz, se ha convertido en un territorio en donde la reincorporación de los firmantes avanza de la mano de estrategias institucionales y proyectos productivos, los cuales les permiten abrirse camino frente a los desafíos que implican volver a la sociedad civil.
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Por un sendero ha avanzado la reintegración, la cual pertenece a un punto de la línea de tiempo del conflicto armado en el país. Es la ruta que acompañó a quienes se desmovilizaron de grupos armados ilegales antes del año 2016. Bajo un modelo de seis años y medio, el Estado colombiano ofreció dos alternativas, la primera siendo una ruta regular para quienes salieron voluntariamente de la guerra, y la otra dentro del marco de la Ley de Justicia y Paz (2005), dirigida a excombatientes que cumplieron condenas y buscaban reinsertarse en la sociedad.
Del otro lado del camino, se encuentra la reincorporación. Nacida a partir del Acuerdo de Paz de 2016 con las extintas Farc-EP, fue pensada para que más de 14.000 firmantes que entregaron las armas apostaran por reconstruir su proyecto de vida desde el otro lado de la historia, desde la legalidad.
En los últimos 9 años
En la cartografía del Atlántico, 66 firmantes, pertenecientes a la Reincorporación Integral, alzaron las banderas blancas hace 9 años. Estas personas hacen parte de los 159 miembros activos en los distintos programas de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN) en el departamento. La entidad acompaña el proceso de tránsito hacia la vida civil, articulando políticas que promueven la inclusión social, económica y comunitaria.
En Barranquilla —la Puerta de Oro de Colombia y ciudad cuna de progreso de la región por la cual pasaron distintos actores del conflicto— encabeza la lista con el mayor número de firmantes del Atlántico con 29, seguido de Soledad con 21; Malambo, 6; Galapa, 4; Sabanagrande, 2; y los demás se distribuyen en menor cuantía como en Baranoa, Puerto Colombia, Tubará, Luruaco y Sabanagrande, con uno en cada uno de estos municipios.
Este índice apunta al alza en un país en donde hay cerca de 12.000 firmantes del Acuerdo de Paz que continúan en el programa de reincorporación individual. Sobre todo, ante el desafío que representa transformar la vida de los firmantes activos, superar la estigmatización y fortalecer lazos de confianza en las comunidades que los reciben.
“Aún persisten barreras de acceso a la educación, la vivienda y la empleabilidad, y también el peso del estigma social”, explica Carlos Mario González Luna, coordinador territorial de la ARN seccional Atlántico–Magdalena
Según datos de la entidad, el 93 % de los firmantes en el Atlántico ejecutan su Plan Individual de Reincorporación, en el se traza una hoja de ruta personal para orientar su regreso a la vida civil.
Es el primer peldaño a escalar y donde se definen metas en educación, empleo, salud, vivienda y participación comunitaria, los cuales son pilares fundamentales que permiten hacer seguimiento a su proceso de integración social y económica.
Mirada hacia la educación
Reza un viejo adagio popular que la educación es la mejor herencia. El 69 % de los firmantes de paz del departamento son bachilleres; y el 100 % de sus hijos e hijas acceden y permanecen en el sistema educativo, incluyendo educación superior al ser beneficiarios de programas de créditos condonables mediante convenios con ARN e Icetex, mientras otros participan en iniciativas de formación superior con la UNAD. Durante este año, 30 firmantes lucieron la toga y el birrete al graduarse de diplomados sobre liderazgo político y marketing electoral, y otros 15 completaron la Escuela de Economía Social y Solidaria con el fin de fortalecer la participación política y capacidades de incidencia en sus territorios.
Desde otro frente, uno de reunificación familiar, se busca establecer lazos entre firmantes y sus seres queridos. En el departamento, el 23 % de los participantes ha priorizado este componente y actualmente se acompañan cuatro casos efectivos de reencuentro a través de la ARN.
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Proyectos productivos
De la tierra hasta el comercio, varias asociaciones de firmantes fortalecen su reincorporación a través de la organización colectiva por medio de proyectos productivos.
En total se han desembolsado recuros para 47 proyectos en el Atlántico, de los cuales 35 están activos y cuentan con asistencia técnica en su implementación. Es una oportunidad para aquellos que tocan la puerta de la paz, sin ir tan lejos ni cruzar fronteras territoriales, de codo a codo con las comunidades de los municipios del Atlántico.
“Hay comunidades dispuestas a acoger a los firmantes y a acompañar los procesos de reconciliación. Por eso articulamos con las alcaldías, universidades y colectivos sociales, para seguir avanzando en la construcción de confianza”, puntualiza González.
En Soledad, Aproagat (Asociación de Productores Agrícolas del Atlántico) labra la semilla para la mata de yuca, ají y ñame. En Polonuevo, la Asociación Agropecuaria Nueva Vida (Agronuv) es abanderada de la producción ganadera y el arraigo rural.
Y hacia el oriente, en Sabanagrande, la Asociación Campesina, Agropecuaria y Ambiental Somos Vida, Somos Tierra (Asocamviti) cultiva una granja integral donde el trabajo agrícola se mezcla con la educación ambiental.
Tiendas, restaurantes, talleres de refrigeración, papelerías, fábricas de calzado y misceláneas, son algunas de las apuestas que hacen parte del acordeón que entona una melodía de reconciliación contra el ruido de las balas del pasado.
A pesar de ello, algunos proyectos se han visto en la forzosa necesidad de cerrar, puesto que se enfrentan ante un panorama de amenaza y extorsión al mostrarse visiblemente en la luz pública, lo que supone que la reincorporación económica se convierta en un reto sumado a otras variables como la venta de negocios, dificultades personales y temas relacionados con la salud.
Comunidades gestoras de paz
La memoria interviene todos los procesos en los que converge el conflicto armado. Lo que no se menciona no tiene voz propia, ni existe ante los ojos de la ley. Es por ello que a través de las agendas comunitarias de reincorporación, firmantes, víctimas y líderes sociales se reúnen para reconocer heridas, compartir relatos y construir acciones reparadoras de la mano de la reconciliación. Tal es el caso de Acuerpando la Paz, una asociación en donde firmantes y líderes se retratan y reconocen entre sí, mientras que en Artefest el turno es para la juntanza juvenil que lidera un espacio de arte y cultura en el marco de la Asociación para el Desarrollo Social del barrio Villas de San Pablo (Asodesdevisa). Finalmente, desde el Colectivo de Comunicaciones para la Paz y la Reconciliación (CCPR Atlántico), hijos e hijas de firmantes y víctimas producen contenidos sobre convivencia y empatía en la dinámica social de las comunidades protagonistas.
“La estigmatización mata”
Detrás de cada proyecto— y más allá de un punto de referencia geográfica— hay una historia que entrelaza a hombres y mujeres que decidieron hace 9 años dejar de escuchar el estruendo de las balas en sus oídos, por el sonido de una máquina de coser y del rastrillo cuando surca el arado.
En esa suma de oficios y esfuerzos, la reincorporación sigue marcando un desafío persistente: la estigmatización. Detrás de cada mirada de desconfianza, de cada puerta que se cierra o de cada rumor que se repite en voz baja, se teje esta forma silenciosa de perjuicio que en ocasiones desencadena el asesinato de firmantes de paz.
En aras de enfrentar este fenómeno, la ARN impulsa una campaña de sensibilización social como lo es ‘Mirémonos de cerca’, una estrategia que busca desmontar narrativas que aún dividen y que, en muchos casos, justifican la exclusión de los firmantes.“Todavía hay quienes creen que un firmante de paz es un riesgo, esa percepción genera barreras para acceder a derechos, empleabilidad y oportunidades y exige procesos de sensibilización institucional y social”, ratificó el coordinador territorial.
Hoy, la voluntad de los firmantes se asoma en la ventana de una tienda que abre en Malambo, las herramientas en un taller de refrigeración en Barranquilla, o en un mural que cobra vida y pinta las calles en Villas de San Pablo. Cada una de esas labores, pequeñas pero persistentes, forman parte de una geografía de reconciliación que avanza en silencio hacia la construcción de paz. En ella se estrechan las manos que siembran, los jóvenes que comunican, las mujeres que lideran y las comunidades que aprenden a mirar sin miedo y sin prejuicios. Es la cartografía de la esperanza, la de un Atlántico que, paso a paso, aprende a mirarse desde cerca.
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