En las montañas que dividen a los municipios de Galapa y Tubará, entre los corregimientos de Paluato y Guaimaral, late un corazón que vibra con el aleteo de cientos de mariposas. Allí, en medio del verdor y el silencio, Marlene de Jesús Chávez Martínez –a quien se le puede presentar como hija de la madre tierra y amante de la sociedad de las mariposas– ha creado un refugio único: el Mariposario del Atlántico, también conocido como Butterfly Caribe, el primero de su tipo en todo el departamento.
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“El proyecto nació en plena pandemia, cuando la humanidad lloraba. Nosotros, en cambio, soñábamos. Creíamos que a través de las mariposas podíamos devolverle vida al planeta”, cuenta Marlene con una sonrisa que refleja la ternura con la que cuida cada crisálida.
Este mariposario no es solo un espacio de conservación. Es un proyecto comunitario y rural, tejido con la sabiduría de la comunidad indígena mokaná y el entusiasmo de familias que han aprendido, poco a poco, a convivir y prosperar junto a las mariposas.
Actualmente, diez familias están vinculadas directamente al proceso, elaborando artesanías, ofreciendo gastronomía ancestral y compartiendo su sabiduría con visitantes.
En sus jardines habitan al menos 105 especies de mariposas, entre diurnas y nocturnas. Entre ellas, la famosa Danus plexippus, mejor conocida como la mariposa monarca, que también vuela sobre tierras mexicanas; la Amaris feronia, conocida como la “tronadora”, que canta con sus alas en las tardes; o la entrañable Phoebis sennae, esa mariposa amarilla que inmortalizó Gabriel García Márquez en sus obras. También viven aquí especies endémicas como la mariposa “almendra”, negra con toques rojos, admirada por los niños de la región.
Lo que hoy es un santuario natural, hace apenas unos años era un terreno golpeado por décadas de tala para producir carbón. Pero desde hace cinco años, ese ciclo destructivo se ha transformado en vida.
“Uno de los retos más grandes ha sido la fuerza de la naturaleza misma. En septiembre del año pasado, un vendaval destruyó todo. Duramos seis meses cerrados. Pero nos levantamos con rifas, donaciones de turistas, con fe”, dice Marlene.
La reciente ola invernal también arrasó con los jardines y hábitats, pero la comunidad respondió unida, reconstruyendo con sus propias manos lo que el viento se había llevado.
El ciclo de la mariposa –huevo, oruga, crisálida y adulto– es también el reflejo del proceso comunitario que aquí florece. Los visitantes pueden ser testigos de este proceso en el mariposario cerrado, donde se crían los “parentales” (hembras y machos reproductores), y luego en el jardín abierto, donde son liberadas para polinizar el entorno.
“La liberación es un momento mágico. Sabemos que ellas van a volar y a llevar vida a donde lleguen”, compartió.
Un aula viva
Además de ser un paraíso ecológico, Butterfly Caribe se ha convertido en un aula viva. Estudiantes de todo el Atlántico han participado en programas de voluntariado e investigación. Ya han nacido tres mariposarios escolares gracias a la asesoría del proyecto, un paso más hacia el sueño de Marlene: que cada institución educativa tenga su propio rincón de mariposas.
El mariposario también se presta para celebraciones íntimas como matrimonios, cumpleaños o campings bajo las estrellas. De noche, sin fluido eléctrico, el lugar se ilumina con luciérnagas y la luna.
La sostenibilidad es el eje central del mariposario. Por ello, las visitas se hacen solo con reserva previa y tienen un valor simbólico: $5.000 para niños, $20.000 para adultos. Este aporte ayuda a pagar al jardinero, la guía y mantener los hábitats en óptimas condiciones.
Sin embargo, los retos persisten en este espacio de conservación natural.
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“Pedimos a las autoridades un solo panel solar. No tenemos energía y si un turista quiere cargar su celular, no puede. También necesitamos un camino más accesible, porque en tiempo de lluvia muchos visitantes no logran llegar. Incluso, es muy difícil el acceso para personas en silla de ruedas”, enfatiza Marlene.
Tampoco cuentan con gas natural y cocinan con cilindros. Les urge un espacio cubierto para vender refrigerios y souvenirs sin depender del clima.
Para la comunidad este espacio es más que un mariposario. Es una lección de vida, de resiliencia, de comunidad y de amor profundo por la madre tierra.
Y por eso, de acuerdo con lo expresado por Marlene, “cada mariposa liberada se convierte en un recordatorio de que es posible transformar el dolor en belleza y que cada visitante se lleve un pedacito de conciencia sobre cómo podemos cuidar nuestro planeta”.
Sostenibilidad y oportunidad
Según el docente e investigador de la Universidad del Atlántico, Nelson Rangel Buitrago, este proyecto es un ejemplo destacado de iniciativa comunitaria y sostenible, que no solo busca preservar la biodiversidad local, sino también promover el turismo ecológico en el Caribe colombiano.
“Butterfly Caribe es un gran ejemplo de conservación comunitaria, educación ambiental y turismo rural con pertinencia cultural”, señaló.
El académico destacó que el mariposario contribuye a cuatro áreas fundamentales: la educación ambiental, al sensibilizar a los visitantes sobre la importancia de conservar las especies; el biocomercio y el emprendimiento local, como fuente de ingresos sostenibles; el fortalecimiento social, al involucrar activamente a la comunidad en la gestión del proyecto; y la investigación colaborativa, a través de posibles alianzas con universidades y centros científicos.
Neis José Martínez, docente asociado al área de Ecología de la Universidad del Atlántico, resaltó la importancia de estos insectos como indicadores de calidad de hábitat, especies sombrilla y potencial recurso para actividades económicas y turísticas.
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“Ya es hora de que Colombia tenga claro con cuánta biodiversidad cuenta, especialmente en grupos como las mariposas, que son muy diversas en nuestros ecosistemas”, señaló Martínez a este medio.
Explicó que, además de su atractivo visual, estas especies desempeñan funciones vitales como la polinización y el suministro de alimento para otros animales.
El investigador enfatizó que algunas mariposas aprovechan metabolitos de las plantas que hoy en día podrían tener usos farmacéuticos, lo que amplía su valor más allá de la estética y la conservación. Sin embargo, advirtió que aún falta establecer el valor económico real de los servicios ecosistémicos que prestan.
CRA ha brindado apoyo técnico para consolidar como negocio verde
La Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA) informó que ha venido acompañando y asesorando a los propietarios del mariposario. De acuerdo con la entidad, el proyecto ha sido identificado como una posible iniciativa de negocio verde, aunque para avanzar hacia ese reconocimiento, se requiere cumplir con ciertos requisitos legales.
“Se ha brindado acompañamiento técnico y estamos a la espera de que la propietaria presente formalmente el trámite para que pueda obtener la licencia ambiental. Una vez la obtenga, podrá continuar el proceso para ser certificado como negocio verde”, indicó la CRA.
Finalmente, la autoridad ambiental destacó que este tipo de proyectos se enmarcan dentro de los Objetivos del Desarrollo Sostenible, ya que son iniciativas amigables con el medio ambiente, con “gran potencial para generar impactos positivos en la economía local, la cultura y la conservación de la biodiversidad en el departamento”.
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